SEGUNDA DE DOS PARTES
“En muchos sentidos, quizá mi carrera de novelista –que me ha permitido estar en este oficio por más de 50 años–, se la debo al respaldo moral de mi padre, Pedro Ramírez, quien quiso apartarme de la tradicional vocación familiar de músico”, asegura el escritor nicaragüense y ganador del Premio Miguel de Cervantes. El literato afirma que en su país existe hoy “un caudillismo absoluto y matrimonial” y sobre Venezuela opina que “es un proyecto fallido; creo que Nicolás Maduro va a quedarse ahí hasta que el país esté completamente en escombros. Venezuela hoy es una ruina total”, dice.
¿Durante la Revolución Sandinista llegó usted a disparar alguna vez un arma?
No, yo siempre fui lo que fui. Cuando a mí me tocó estar escondido –no me gusta usar la palabra clandestino–, pasé 6 meses, a salto de mata, de una casa a otra en 1978, y sabía que de nada me valía andar encima un arma, porque no sabía disparar. Y cuando triunfó la Revolución tampoco me disfracé de guerrillero. Sin embargo, muchos que nunca habían “volado” un solo tiro, aparecieron disfrazados, vestidos de verde olivo. Yo seguí siendo un civil, que es lo que realmente era.
Nunca me atrajo a mí el olor militar; de ser militar, que era la moda también. Si no andaba de verde olivo, la gente se sentía menos ¿no? Yo creo que en una Revolución participan distintos tipos de personas, y a los intelectuales generalmente les va mal frente a los militares; eso a lo largo de la historia de América Latina es una lección, a menos que el intelectual sea militar al mismo tiempo –exclama.
Sergio Ramírez –padre de tres hijos, Sergio, María y Dorel y abuelo de ocho nietos: Elianne, Carlos Fernando, Camila, Alejandro, Luciana, Andrés, Carlos y Mariana–, refiere que desde su perspectiva como escritor, las circunstancias políticas se vuelven acosantes. “En Nicaragua y en América Latina las situaciones son siempre anormales. Quisiéramos remediarlas, pero lo mismo pasa con la escritura y por eso los temas de la literatura son recurrentes, y no sólo en mí” dice.
En la actualidad, en América Latina –por lo menos en estos últimos 5 o 6 años–, no hay un gobierno militar abiertamente declarado. En el pasado los militares estuvieron presentes en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y en ciertas naciones del Cono Sur…
Los militares en algunos casos, siguen detrás, porque saben que salir abiertamente de los cuarteles, no les conviene. Es decir, los uniformados no serían tolerados frente a una pantalla de televisión, hablando de combates, violencia y sustitución de gobiernos civiles; eso no lo toleraría nadie. Como que el mundo se está vacunado contra eso.
¿Qué opinión personal tiene sobre el gobierno de Venezuela?
Creo que desde hace mucho tiempo, que es un proyecto fallido y que la muerte de Hugo Chávez vino a empeorar la situación. Entonces, un gobierno con una inflación galopante, un desabastecimiento tan terrible –con el 80% de las fábricas cerradas y la producción de petróleo por los suelos–, para empezar, es un gobierno ineficaz. Es decir, ya probó que no puede, y cuando alguien no puede, debe ser sustituido por otro. Pero eso no va a ocurrir.
Yo creo que Maduro va a quedarse ahí hasta que el país esté completamente en escombros, que es lo que está pasando. Venezuela hoy es una ruina total.
Y usted como ex integrante del gobierno –estrictamente en el caso de Nicaragua–, ¿cómo ve a sus antiguos compañeros, a Daniel Ortega, que sigue encabezando la presidencia?
Bueno, lo que pasa es que de lo que fue el Frente Sandinista en los años 80, a lo que es hoy, hay una distancia abismal. De la mayoría de quienes fueron comandantes de la Revolución, son muy pocos los que sobreviven, y quizá tal vez uno apoye a Daniel Ortega. Los demás o están en la oposición o han pasado a ser figuras sin relevancia política. Entonces lo que ha habido aquí es una apropiación del poder por parte de Ortega y de su esposa Rosario Murillo; eso nunca estuvo en el proyecto original.
Aquí siempre se pensó en una dirección colectiva, equilibrada, sin caudillos absolutos y eso se rompió. Hoy existe un caudillismo absoluto y matrimonial, que es lo peor.
¿Mantiene algún tipo de relación con Daniel Ortega?
Pues ninguna, porque tenemos muchos años de no comunicarnos. Yo diría, quizá, de no vernos, más de 15 años. Y de no comunicarnos, 10, por lo menos.
¿Pero ahora que obtuvo el Premio Cervantes, hubo algún tipo de comunicación?
No, ninguna y eso sorprende a mucha gente, pero a mí no creas que me ha sorprendido mucho. Me pregunto, ¿por qué deberían llamarme? Quizá la única razón sería la obligación protocolaria.
Dijo que cuando le anunciaron que había ganado el premio había caído “en estado de gracia”. ¿Todavía sigue en estado de gracia?
Yo creo que sí. Esto dura sólo un año. Es como los reinados de belleza.
¿Qué sintió cuando le llamó el ministro de Cultura de España, para decirle que había ganado el premio Cervantes, considerado el Nobel de las letras españolas?
Me sentí y me siento muy halagado. El sentirse halagado es el sentimiento natural más humano que hay. Sentirse feliz por saber que hay gente que también está compartiendo esa felicidad con uno, amigos de todas partes del mundo y gente de aquí; gente común y corriente, de la calle, que quizá nunca ha leído un libro mío, pero que si uno va al supermercado o a la barbería, se pone de pie, te felicita y te dice que eres un orgullo nacional.
Esto es la prueba de que su abuela doña Petrona Gutiérrez –a quien el 2 agosto de 1956 le dio a leer su primera historia La Carreta Nagua–, publicada en el Suplemento Dominical del diario La Prensa tuvo razón en alentarlo a seguir en la carrera de las letras, a los 14 años.
Ah, sí. Ella compró el periódico y me mandó llamar para que yo le leyera el cuento…
¿Se lo leyó completo, en voz alta?
Bueno, creo que ni siquiera lo pude hacer, yo más bien salí huyendo; me sentía muy avergonzado, como si hubiera cometido algún tipo de falta. Yo provenía de una familia de artistas, por parte de mi padre. Todos eran músicos, menos él, que quería que yo fuera abogado.
Mi abuelo era músico, y creo que había un orgullo en la familia; una especie de contradicción, porque la orquesta Ramírez –que dirigía mi abuelo–, era muy famosa en toda la región de la Meseta de los pueblos, donde yo nací. Pero al mismo tiempo, existía la decepción de que la música no daba para vivir.
Pero años después le llevó a su padre, don Pedro Ramírez el compendio de su primer libro de cuentos, en 1963, creo que usted tendría unos 20 años en esa época.
Sí, su reacción fue decirme que lo que seguía, era escribir una novela. En muchos sentidos, quizá mi carrera de novelista se la debo a lo que él me dio; a ese respaldo moral, que me ha permitido estar en este oficio por más de 50 años. Es decirlo tan fácil, pero son tantos años de trabajo, tantos libros, tantos logros, y es un orgullo para Centroamérica y América Latina, hablándolo de esa manera –recuerda.
El autor de más de 30 cuentos y novelas traducidas a más de 20 idiomas, fanático del beisbol y apasionado de la política –quien con actitud reflexiva, parece como si escuchar fuese su oficio, más que la escritura–, reconoce que no sabe tocar ningún instrumento musical.
“Yo soy buen receptor de música y me gusta mucho escucharla –dice–, pero como productor de música no tengo la menor habilidad. Pero bueno, yo me siento muy contento y satisfecho de haber escogido este oficio. Pienso seguir insistiendo en ser escritor todo el tiempo que me queda por delante. Me gusta repetir que si bien no hay edad de retiro en la literatura, sí hay una tercera edad; uno escribe hasta el final, y es lo que yo pienso seguir haciendo”.
Por lo pronto, el premio Cervantes es uno más de los galardones que podrá colgarse en el pecho. El próximo paso será aplaudirle cuando desfile por la alfombra roja de Estocolmo…
¡Ah, bueno! Ese sería realmente el top de los tops –responde divertido el connotado escritor, orgullo de las letras hispanoamericanas.
JNO