Aparte de los depas de AMLO, el tema central del debate entre los presidenciales fue, claro, la seguridad pública.
No vuelvo a eso: me limito a recordarles que estamos en problemas, cuando ninguno de los candidatos tiene realmente una propuesta clara y desglosada a estas alturas (Morena, vía Alfonso Durazo, dio algunas precisiones en torno a lo de la amnistía un par de días después, pero poco más). Hubo sin embargo un momento de Ricardo Anaya que vale la pena retomar, una afirmación fugaz sobre la que no he visto comentarios y que, no obstante, tiene miga. Al hablar de un “plan integral” contra la inseguridad (la traducción al español de “plan integral” es la misma que la de “comisión especial”: “La neta, no hemos pensado en esto”), un plan que debería incluir la prevención, Anaya habló de la importancia de la cultura. Y habló bien: está claro que se ha sabido asesorar en ese terreno, por mucho que el tema esté lejos de ser protagónico en su agenda.
Pasa que, sí la cultura tiene algo que decir cuando se habla de violencia, de marginalidad, de –perdón por la expresión horrenda– regeneración del tejido social. Vean el éxito de los programas de teatro, danza, artes visuales o literatura en las prisiones: ayudan a bajar los índices de agresión, a disipar la depresión que es también una bomba de tiempo, a fomentar la convivencia, a reincorporarse al mundo. La maravilla de exorcizar demonios… Lo saben bien en Brasil y sobre todo en Colombia: asómense a Bogotá y Medellín a ver cómo se unen las comunidades depauperadas y violentas en torno a una infraestructura cultural creada ex profeso.
Lo dije antes pero creo que vale el recordatorio. Como el deporte, las políticas culturales, que no obrarán milagros pero pueden ser una ayuda determinante a la hora de contrarrestar la violencia, tienen que ser, ya, parte del debate previo a la elección. Me parece que el tema empieza a asomarse a las agendas de los candidatos. He recibido invitaciones de los equipos del propio Anaya y de Mikel Arriola para eso, hablar de políticas culturales, que agradezco y celebro. Intentemos que sean conversaciones a fondo, destinadas –también he hablado antes de esta necesidad– a disolver ciertos atavismos de la Secretaría de Cultura, pero sobre todo ver cómo los que hemos estado vinculados con este mundo podemos aportar algo. Es que este país, el país donde tres alumnos de cine son disueltos en ácido, no está para improvisaciones y diálogos decorativos. En ningún terreno.