Para los líderes de Morena, la salida de Enrique Ochoa Reza de la dirigencia del PRI fue un magnífico regalo, en primer lugar debido a que Ochoa resultaba muy incómodo o demasiado fajador en los debates con los miembros de los otros partidos y en especial contra el candidato López.
Nadie puede negar los grandes resultados de la administración del presidente Peña, sin embargo fuera de su círculo cercano, parece que el primer mandatario vivió dentro de una burbuja, muy lejano del sentir popular.
Hablando en plata, la gran carga de José Antonio Meade son los negativos de la actual administración; como ejemplos: el precio de la gasolina, el socavón, la corrupción, los despilfarros, la delincuencia, la impunidad y los ex gobernadores, los 43 de Ayotzinapa, la Estafa Maestra, los muertos o los desaparecidos.
Es muy complicado para el candidato Meade y para el presidente del PRI, sea quien sea, enfrentar por una parte los negativos y el buen uso que da la oposición a dichos negativos.
El PRI también tiene pendiente hacer más y más cercano a Meade a la gente, pues es un funcionario y un político que tiene todas las credenciales para gobernar México, pero que no sólo tiene enfrente a un Andrés Manuel López Obrador que al parecer resiste cualquier embate, sino a Tatiana Clouthier, que desde la coordinación de la campaña de la coalición Juntos Haremos Historia se ha posicionado como la revelación mediática de Morena.
Para los objetivos de los priistas es fundamental que la llegada de René Juárez a la presidencia del PRI le dé a la campaña de Meade un enganche con la militancia y la sociedad de que relance una campaña que garantice que los electores apuesten por un hombre de grandes credenciales.
Pero también que en el peor de sus escenarios ante un eventual triunfo de Morena y López Obrador o de Ricardo Anaya y la alianza PAN-PRD-Movimiento Ciudadano en la elección presidencial construyan desde el Congreso de la Unión y el PRI, los liderazgos que encabezarán un eventual polo opositor en una nueva administración.