Bebo con unos amigos luego del noticiero que conduzco en Foro TV. De reojo, veo llegar al bar a un viejo conocido, no un amigo pero una de esas personas con las que has logrado tener un trato cordial durante años. Es analista político. Me ve y con incomodidad, pero sin molestarse en disimular, se da la vuelta ostensiblemente, ahorrándose el saludo. Me sorprendió, pero solo hasta cierto punto. Ya me había dicho entre risas una amiga común, semanas antes, que él le había preguntado con verdadera indignación cómo era posible que me frecuentara, dadas mis posiciones en torno a Andrés Manuel López Obrador, su candidato.
Tengo ganas de decirle lo evidente: que no hace falta tomarse las diferencias políticas como problemas personales, como afrentas. Lo creo de veras. No soy ingenuo. Sé que las elecciones, cuando se toman en serio, como estas, se toman en serio, en gran medida, desde la tripa. Desde la emoción. En 2006, dos amigos proclives a AMLO nos citaron a un tercer camarada y a mí para convencernos de votar por su candidato. Acabamos a gritos, y no somos gente que se grite. Fue un aviso de lo que venía. Uno de los amigos obradoristas se tomó el asunto a la ligera, como nosotros, los dos cerdos neoliberales, y el conflicto no llegó más lejos. Hoy tampoco simpatiza con Obrador. El cuarto amigo, en cambio, tiene la firmeza de convicciones de un monero de izquierdas. Sigue encabronado y sigue obradorista.
La actitud de mi amigo y de mi conocido tienen un correlato –disculparán el término mamonazo– en los modos que se han apoderado, por ejemplo, de Twitter, donde la cosa está grave para los que siempre habían sido insultados, pero también para quienes la habíamos librado por razones misteriosas. En efecto, pertenezco ya a la especie de los chayoteros al servicio de –la versión cambia– el PRI, el PAN o el PRIAN, o sea: de la mafia en el poder, aun cuando mis muchas críticas a AMLO –que sí, he prodigado y prodigaré– van acompañadas de otras cuantas al neoconservadurismo ultramontano de las candidaturas priistas y al vacío de la campaña de Anaya, por decir. Pero como me toca a mí les toca a los que están en posiciones opuestas. Vean el grado de violencia verbal que ha recibido Taibo II, por ejemplo, muy superior al que haya podido prodigar él.
Invito, pues, a moderar el tono, aunque sé que es una petición perfectamente inútil. Estamos, sí, ahogados en la polarización. En un mundo de chairos contra gangsters, si me permiten el chiste malo.