Corría la primavera de 1968 en una Francia próspera y apacible bajo el liderazgo de Charles de Gaulle, héroe de la Segunda Guerra Mundial. Cuando el diario Le Monde publicaba en marzo de aquel año mítico un artículo de Viansson-Ponté titulado “Francia se aburre”, en el que lamentaba la pasividad de los galos alejados de las grandes convulsiones que agitan el mundo, nadie imaginaba que el texto serviría de detonante de la mayor revuelta estudiantil y la mayor huelga general de la historia de Francia y de Europa.

Todo empezó de manera entre inocente y pícara. Meses antes de instalarse en las barricadas del parisino Barrio Latino, el líder más emblemático del Mayo francés -anarquista de origen alemán de 23 años, Daniel Cohn-Bendit, estudiante entonces de la Universidad de Nanterre– organiza un movimiento de protesta “porque se impide a los varones visitar a sus compañeras universitarias en sus respectivos dormitorios”. A los reclamos de libertad sexual rápidamente le siguieron protestas contra la guerra de Vietnam y el imperialismo estadounidense, aparece la ira por la rigidez política y social. La mecha enciende el fuego. Se desatan disturbios. La Universidad de Nanterre cierra sus puertas; la revuelta se traslada a la Sorbona. La violencia alcanza dimensiones insospechadas en la noche del 10 al 11 de mayo. Detrás de 60 barricadas, más de 10 mil estudiantes se enfrentan con adoquines y cocteles molotov a 600 antimotines militarizados. El balance: 400 heridos, 500 arrestos, 200 coches quemados. A los universitarios se unen los intelectuales y los obreros industriales. Diez millones de personas participan un una gigantesca huelga general de tintes revolucionarios que pone a temblar al Gobierno. Reinan el caos y el desabastecimiento.

¿Qué nos queda de aquella insurrección izquierdista, aquella utopía que exigía “prohibir lo prohibido”, “llevar al poder la imaginación” y “pedir lo imposible”? Como revolución política fue un fracaso. El poder siguió en su sitio.

Quienes intentan reivindicar el Mayo francés insisten en que fue la semilla que germinó las mejores conquistas sociales. El salario mínimo subió 35%, mejoraron las relaciones laborales, apareció una universidad más abierta e igualitaria, se abrió el camino hacia la igualdad de géneros, se afianzaron el pacifismo y el ecologismo, también el feminismo que en los 70 consiguió el derecho al aborto.

Está claro que 50 años después del furioso Mayo, sus ideas siguen desatando emociones. Es una fecha bien anclada en la memoria colectiva, incluida la de los que ven en aquella revuelta la fuente de todos los males de la sociedad contemporánea: el relativismo moral, el fin de la autoridad, la destrucción de la jerarquía y las tradiciones, sin dejar de lado el culto enfermizo al individualismo.