Nos hace un guiño tuitero al editor colombiano Andrés Hoyos y a mí, Ibsen Martínez, notable escritor. Nos dice, ante la inminencia de las elecciones y en referencia a la represión en Nicaragua, que la mejor forma de que los autócratas no suelten a los perros contra los que protestan es impedir que lleguen al poder, endulzándonos los oídos. No comparto su pesimismo sin cortapisas frente a México, pero ojo, que Ibsen sabe de lo que habla. Es venezolano.
En Latinoamérica se acabó hace la era de las dictaduras, hegemónicas hasta hace relativamente pocos años y hoy casi inexistentes (Cuba se resiste a salir de esa categoría). Muy distinto es que se hayan acabado los autoritarismos, que han encontrado nuevas formas de alcanzar y sobre todo conservar el poder. Hablo, sí, del populismo, un término que hoy nos invitan a no usar los morenistas, pero que como he dicho antes, explica muchas cosas, para empezar el baño de sangre que vemos en las calles de Managua. Un populismo que sin duda está en fase de decadencia, pero que no creo, pesimistamente, que esté en fase de retirada.
Daniel Ortega, como Hugo Chávez, eligió las armas para alcanzar el poder en sus días de guerrillero. Como el venezolano, acabó por conquistarlo por la vía del voto, para quedárselo de forma prolongada y que espera definitiva. Ese fue el gran aprendizaje de los candidatos a autócrata del último siglo XX: las herramientas de la democracia permiten acceder al poder pacíficamente y destruir a la democracia desde dentro, como un gusano que se come a una manzana. Los populismos son, en principio, menos violentos que las dictaduras a la antigua, tipo las de Fidel o Pinochet, que implican la conquista del poder por la vía violenta. La receta funciona, sí. Hasta que deja de funcionar, valga la obviedad, y llega la represión.
A los gobiernos, siempre, les gusta gastar, pero los gobiernos populistas no saben hacer otra cosa: reparten la riqueza que generan otros, conquistan las voluntades así, toreando con capa ajena, y cuando esa riqueza se agota, cuando llevan al país a la quiebra, que es siempre, y enfrentan el descontento masivo, responden con brutalidad, ya sin clientelismos ni chistes en cadena nacional.
Eso fue Venezuela el año pasado, eso es Nicaragua, que empezó arrinconando a las voces disidentes –la de escritores como Sergio Ramírez o Ernesto Cardenal– y terminó asesinando estudiantes. Eso es lo que Ibsen nos pide evitar. Creo que estamos frente a un escenario y un proyecto distintos, pero les paso el mensaje. El camino a la violencia es conocido. Conviene recordarlo.