Después de los resultados de los dos primeros debates y de las críticas que recibió por su pésimo desempeño, a pesar de las porras de sus fieles, el equipo de Andrés Manuel López Obrador analiza desde ahora si es conveniente que acuda al tercer encuentro programado para dentro un mes.

Los morenistas tienen una salida legal para justificar la eventual ausencia del dueño de su partido: la ley electoral establece la realización de dos debates.

El tercero es un pilón.

Así que no sería extraño que el tabasqueño decidiera eventualmente no acudir al tercer encuentro, para no perder la ventaja que tiene hasta el momento y que probablemente se vea reducida –aunque no sustancialmente- en las próximas semanas.

Y es que no será sino hasta dentro de una semana aproximadamente cuando se conozca de manera estadística si el segundo debate presidencial incidió o no en las preferencias electorales.

Ayer, como ocurre con cada debate, todos los candidatos se declararon ganadores; bueno, hasta Jaime Rodríguez, el Bronco, presumió de haber impactado al país.

Lo que es un hecho es que el formato permitió conocer las personalidad que no se les había visto a los presidenciables.

Andrés Manuel López Obrador perdió los estribos; se enojó y hay una toma del encuentro dominical en la que se dirige a Ricardo Anaya con descalificaciones.

No es novedoso; lo novedoso fue la mirada enfurecida que le dirigió al frentista, quien seguramente festejó el hecho.

El dueño de Morena ha recibido infinidad de críticas por no haber respondido a las preguntas que hicieron los moderadores; simplemente repitió, como suele hacerlo, que acabando con la corrupción se acabarán todos los problemas del país, incluidos los comerciales y los que resultan de la relación de México con el mundo.

Anaya demostró que está hecho para estos encuentros; se preparó bien, pero ayer debió haber tragado gordo cuando se demostró que las portadas de una revista política que presentó para contradecir a López Obrador habían sido editadas para evitar que se leyera un encabezado que acusaba el Frente de sumar “fichas negras’’ a su campaña.

José Antonio Meade se mostró conocedor de los temas tratados –era su cancha, fue secretario de Relaciones Exteriores-, y demostró que, pese a la ventaja que le llevan Anaya y López Obrador, todavía mueve la patita.

Al final de cuentas la gran lección que nos dejó el debate es que a pesar de las encuestas que predicen la victoria del tabasqueño, la elección aún no está plenamente decidida.

La campaña sigue, y en un mes habrá un tercer debate, al que después de los resultados de los dos anteriores, López Obrador evalúa seriamente no asistir.

Por algo será.

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Otra vez los asesores de José Antonio Meade lo cruzaron.

Meade acusó a la candidata de Morena al Senado, Nestora Salgado, de ser una secuestradora.

Efectivamente, la llamada “luchadora social’’ fue detenida en Guerrero cuando, con ella al mando, un grupo de “policías comunitarios’’ de Olinalá retenían por la fuerza a 50 ciudadanos.

A la futura senadora se le acusó de secuestro, estuvo un tiempo en la cárcel, pero fue liberada porque la averiguación previa fue realizada con los pies, como suele suceder.

Legalmente, pues, Nestora no fue condenada por secuestro ni por otro delito.

¿Era muy difícil investigar para no confundir al candidato?