No hace falta demasiada perspicacia para comprender que la FIFA desea el Mundial 2026 en Norteamérica, que todavía no controla los daños por haber otorgado (o vendido) el 2022 a Qatar, que su planeación estratégica hoy le obliga a ir a dos países: China y Estados Unidos.
Marruecos ha sido el eterno perdedor de las votaciones mundialistas; sin éxito, contendió por albergar hasta cuatro de las últimas seis Copas del Mundo. Su problema siempre fue apelar más al voto europeo que al africano, continente que es el suyo pero con el que no suele mantener la mejor de las relaciones (ejemplo importante en términos de política deportiva: haber renunciado a albergar la Copa África 2015, por miedo al virus del ébola que azotaba a naciones al sur del Sahara). Por ello, su énfasis a lo largo de esta campaña ha sido en las dos direcciones: sí, con los europeos, que ven con buenos ojos su cercanía geográfica y un huso horario atractivo para casi todos los televidentes del mundo); pero también con los africanos, quienes al fin parecen estar unidos detrás de una sola candidatura, moción reforzada por la retórica racista de Donald Trump.
No fue casual que al enterarse, Gianni Infantino exhortara a los directivos a no votar en bloque, como si él mismo no se hubiera beneficiado de esa práctica, del respaldo completo de un continente, para ser electo presidente de la FIFA en 2016…, elección imposible si antes las autoridades estadounidenses no hubieran propiciado la caída en desgracia de Joseph Blatter.
Su siguiente iniciativa, considerada por los marroquíes como un nuevo ataque, fue que la comisión encargada de visitar a las dos candidatas, sólo informó a Marruecos con dos días de antelación sobre los puntos que iba a evaluar.
Lo más grave, desde su perspectiva, que por primera vez esa comisión tuviera el poder para sacar de la carrera a quien deseara. Según lo manejado en los entresijos de la FIFA, Infantino pretendía que Marruecos fuera eliminada, algo impedido por directivos europeos (Francia es uno de los más sólidos apoyos que han encontrado los marroquíes).
Lo último ha sido la aprobación de la abstención como alternativa: quien prefiera no meterse en problemas con un frente o con otro, podrá no ceder su voto a nadie. ¿A quién beneficia esa medida? Difícil establecerlo.
La grieta que no deseaba el eje norteamericano está en el Caribe: decenas de votos de pequeñas islas que no necesariamente se unificarán con su continente, debido en algunos casos a sus vínculos históricos con África, en otros a la aversión a Trump tras llamar a Haití “agujero de mierda”.
A tres semanas de la asamblea, el proyecto encabezado por Estados Unidos continúa siendo favorito, aunque su victoria luce más enredada de lo que se pensó meses atrás.
Por todo ello, la FIFA intenta poner una mano sobre la balanza y empujarla a donde le conviene, que es claramente hacia Norteamérica.
Twitter/albertolati