Buscar la polarización social por una ambición de poder es algo grave.
Pero hacerlo además con mentiras es imperdonable. Hay la percepción de que muchas de las propuestas que hace el candidato Andrés Manuel López Obrador se basan en rumores o en versiones sin evidencias.
Este personaje toma como ciertos esos dichos, porque vienen de fuentes que considera confiables, y los convierte en mantras que repite por años. Para él, la corrupción le cuesta al gobierno 500 mil millones de pesos, y ya se los gastó.
Alguien le dijo que no se puede construir un aeropuerto en Texcoco, y se lo creyó. Alguien le contó el chiste que el avión presidencial no lo tiene ni Obama, y hoy lo cree a pie juntillas.
Está seguro de que el narcotráfico y la violencia se acaban con su ejemplo de honestidad.
Algo que quizá no calcularon los expertos en propaganda goebbeliana, que llevan años preparando el terreno para que lleguen al poder, es que todas esas mentiras que se generan, se esparcen y se repiten hasta el cansancio, las acabará creyendo su propio líder.
Ése sí es un problema.
El problema es que esos rumores que llegan a los oídos del personaje, y que da por buenos, pueden provocar una reacción social adversa.
Son constantes las referencias a reuniones secretas donde se confabula en su contra, son permanentes los desmentidos y son nulas las confirmaciones de esos encuentros para complotar.
Una de las más recientes versiones del personaje le pone nombre a las empresas que supuestamente conspiran en su contra.
Esto conlleva el peligro de hacer que sus más irreflexivos seguidores, que no son pocos, pretendan actuar de manera negativa.
Dijo López Obrador que le informaron que los empresarios de mero arriba, de Coppel, Aeroméxico y Telmex están pidiendo a sus trabajadores que voten por Ricardo Anaya.
Se le pudieron ocurrir otras empresas, pero ésos fueron los nombres que soltó a sus huestes. Está claro que López se encuentra seriamente preocupado por las posibilidades que tiene Anaya de arrebatarle el triunfo. Se le nota nervioso y agresivo en contra de Anaya.
Pero azuzar a sus seguidores en contra de empresas implica un peligro social, en especial si efectivamente pierde la elección y hace que esos partidarios la carguen contra aquéllos que señaló de manera acusatoria.
Está claro que provocar emociones negativas como la ira es parte de esta campaña, tanto como sus adversarios buscan provocar miedo, pero esta estrategia de provocar reacciones irracionales para conseguir votos suele ser contraproducente.
Incluso, en caso de que estos azuzadores ganen la Presidencia, será inevitable que incumplan las altas expectativas que generan.
Y si bien está claro que los populistas usarán a todos los demás para echarles la culpa de su ineptitud, cada vez serían menos los que creerían su discurso.
¿Hay tiempo para privilegiar la razón sobre ese cúmulo de emociones negativas generadas para votar con conciencia? ¡Quién sabe! Pero está claro que se han creado hordas de ciudadanos enojados.