Tuiteaba el otro día Gerardo Esquivel, economista que asesora a AMLO y que ya he dicho tiene todos mis respetos, que en las calles se siente una profunda esperanza ante el cambio por venir luego de la elección. ¿Será? No creo que haya una manera muy objetiva de medir el o los estados de ánimo colectivos, pero me parecen evidentes dos cosas. Una, que tiene un reflejo en las encuestas sobre intenciones de voto, que ese optimismo, esa esperanza, dista de ser generalizada o mayoritaria. Vean las redes sociales. Lean a los columnistas que no comulgan con la causa del que encabeza las encuestas. Intenten comprender las reacciones de esos empresarios que ponen sobre aviso de lo que puede caernos encima a sus trabajadores, más allá de los clichés sobre la “minoría rapaz”. Piensen en sus comidas familiares. Para muchos, muchos de quienes no están en el probable bando ganador, la elección se vive como el pitazo de salida de una catástrofe que tiene que ver con una economía manejada con criterios no debidamente aclarados o con una política de seguridad que sigue siendo también muy dudosa, pero también con que la violencia verbal, el tono intimidante, nada más no ceden.
Esa es la otra cosa evidente: que la esperanza de que habla Gerardo y que sin duda estará muy extendida –me parece uno de los aspectos positivos de la victoria de Morena, de hecho–, no es en muchos casos un destilado puro sino parte de un cóctel que incluye mucho enojo, muchas amenazas y muchas descalificaciones sin matiz. Amenazas de los seguidores de López Obrador y hasta de su entorno: de veras no ayudan las salidas de tono de Ackerman, de Fernández Noroña, de Irma Eréndira Sandoval. Esa retórica de “el cambio está por llegar y se les acabó la suerte”, esa confusión entre la justicia y el ajuste de cuentas. Descalificaciones como la idea de un opinador, sin fundamento más que en la retórica y el cliché, de que quienes disentimos del líder lo hacemos porque somos racistas. Para no mencionar los bandazos en el discurso del candidato, que igual habla de un país todo incluyente y libertario que de “democratizar los medios” y ponerle un hasta aquí a la mafia en el poder, de libre mercado que de fertilizantes gratuitos y precios garantizados, de Jesús en su espíritu que de “dan pena”.
La petición sería, pues, que nos echen la mano. Que nos ayuden a tranquilizarnos. Porque condenar a la marginación y el desaliento a la mitad o más de la población solo es deseable en un gobierno populista, ese término que nos dicen que no deberíamos usar.