Sin duda, no es una buena noticia que a cualquier candidato presidencial, el que sea y por las razones que sean, se le niegue el uso del Zócalo de la capital de México para una manifestación, mitin o en el caso de Andrés Manuel López Obrador, para su cierre de campaña.
El Zócalo, como conocemos a la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México, es el corazón político del país, ya que forma parte de la herencia española en la que los poderes se asentaban uno frente a otro: el ayuntamiento o el poder terrenal y la Iglesia o el poder divino, y a sus costados los mercaderes que se identifican con el poder económico.
En esa plaza mayor se han vivido grandes momentos de la historia de México; en los tiempos recientes las grandes manifestaciones de ferrocarrileros, médicos o estudiantes en las décadas de los 50 y 60; en los 70, al pintarse de rojo cuando la izquierda salió de la clandestinidad para tomar la ruta electoral gracias a la apertura política, lo llenaron en los 80 los entonces maestros democráticos que fundaron la CNTE, los estudiantes lo tomaron de nueva cuenta con el Consejo Estudiantil Universitario de la UNAM y lo hicieron también Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel Clouthier en la ruptura del sistema de partido único, y en los 90 y arrancando el nuevo siglo fue el Zócalo el epicentro de la alternancia con Cárdenas llegando al Gobierno del entonces Distrito Federal y Vicente Fox a la Presidencia de la República.
Alrededor del Zócalo se creó el mito de la fuerza multitudinaria de los movimientos sociales y políticos. La especulación sobre su capacidad es un tema recurrente entre quienes lo posicionan como un termómetro de la potencia y poder de partidos y organizaciones.
Con su capacidad para 88 mil personas en su plancha -que puede llegar a las 150 mil abarrotado hasta los arroyos vehiculares y banquetas que la circundan-, el Zócalo de la Ciudad de México es un símbolo del poder político y social en este país, y ningún sitio, ni la Glorieta del Ángel de la Independencia, el Monumento a la Revolución, el Hemiciclo a Juárez, la Plaza de las Tres Culturas o la explanada de Ciudad Universitaria alcanzan su nivel e importancia.
Ahora, López Obrador ha anunciado que su cierre de campaña será en el Estadio Azteca, el cual será rentado para un festival y acto político; lo más probable es que Ricardo Anaya opte por el Ángel de la Independencia y José Antonio Meade, por el Monumento a la Revolución para cerrar sus campañas.
En esta ocasión, el Zócalo no será un escenario protagónico de esta elección presidencial, y eso es una lástima.