Que nadie espere grandes acuerdos cuando hoy se reúnan por primera vez el Presidente de Estados Unidos, Donaldo Trump, y el dictador de Corea del Norte, Kim Jong-un. Es posible que veamos caras amables, gestos de complicidad y apretones de manos que duren varios segundos, como suele hacer Trump. Pero si el mandatario estadounidense espera que Kim Jong-un vaya a decidir que va a comenzar a neutralizar las bombas atómicas que tiene, está muy equivocado.
Puede incluso que dijera algo parecido –no lo creo–, pero en todo caso no lo llevaría a efecto de ninguna de las maneras.
Porque el presidente Trump va ejerciendo un liderazgo, vamos a llamarlo, poco ortodoxo por no calificarlo de otra manera. Ejerce de sheriff del mundo mundial, como si no pudiéramos vivir sin él o, más bien, como si quisiera infundir temor ante la población globalizada del planeta.
Pero claro, está muy equivocado porque, debido a esta globalización donde todo se conoce en tiempo real, se han superado esos miedos vetustos y hoy todos se ayudan en una política global de bloques.
Trump pretende que Corea del Norte acabe con una carrera armamentística nuclear y naturalizar esas temibles ojivas que apuntan a los países vecinos como Japón o Corea del Sur, y más allá a los que pueden alcanzar las costas estadounidenses de Hawái o Alaska. Trump sabe que con Kim Jong-un tiene un enemigo, y no es menor. La nación es pequeña y el tirano tiene al pueblo en la miseria. Sin embargo, su gasto en materia militar es inconmensurable.
Kim Jong-un, el orondo líder norcoreano, hijo y nieto de tiranos tan sanguinarios como él, tiene meridianamente claro que si el país desactiva su armamento nuclear, quedaría a merced del vecino Corea del Sur y, por supuesto, de Estados Unidos. En la retina del líder norcoreano está indeleble la muerte de Saddam Hussein y del líder libio Muammar al Gaddafi. No sería imposible que en una Corea sin poder militar la propia ciudadanía, ayudada por la Inteligencia de las naciones occidentales, se le viniera encima. Por eso, aunque Kim Jong-un llegue a decir que se desarma, sería extraordinariamente extraño que lo hiciera.
En el fondo y probablemente también en la forma, la propia China no se lo permitiría. El único aliado que tiene es Corea del Norte, y no va a consentir que hubiera una desbandada, el caos o un cambio de régimen. Si Pyongyang cayera, China se quedaría sola ante una serie de países “incondicionales” a Estados Unidos, como Japón, Taiwán o Corea del Sur.
Probablemente en Singapur, Donaldo Trump deje imantado por su mano y por cómo aprieta con fuerza a la del líder norcoreano para mandarle el mensaje de que él es el sheriff de poca monta del mundo mundial y que aplaque así sus armas nucleares.
Pero por mucho que apriete, no le va a asustar al tirano y, por supuesto, no va a dar su brazo a torcer.