¿Talento mata proceso? ¿La calidad se impone sobre la planeación? ¿La cancha pesa más que la estrategia?

Tres premisas que la selección española intentará validar a partir de este viernes, dirigida por un personaje que no eligió al plantel, que no diseñó el proyecto, que apenas habrá tenido mínimo tiempo para escoger a sus once y mandarlos a la cancha, más arenga que táctica, la intuición del futbolista como recurso de supervivencia.

Teatro del absurdo como pocas veces se haya visto: Julen Lopetegui fue anunciado como nuevo entrenador del Real Madrid a tres días del debut, asumiendo que, con la salvedad de dirigir en un Mundial, nada es más grande que hacerlo en el club más laureado de Europa; pues bien, por irse a ese equipo, se ha quedado sin Copa del Mundo.

¿Ha sido para tanto? Sí, más por la forma y los tiempos que por el fondo. Sin embargo, por riesgoso que fuera retenerlo (bajo amenaza de desconcentración y liderazgo lastimado), mucho más lo fue marginarlo y convertir su proceso en mero lanzar de dados: hay cierta posibilidad de que caigan muy bien, las hay más de que caigan fatal.

Tan soberbia generación de talentos españoles tiene ante sí un reto sin precedentes: demostrar que, por vueltas que se de a la guía desde la banca, quienes patean el balón deciden; probar que cuando hay líderes en pantalón corto, es prescindible uno de pantalón largo; asumir en sus piernas la responsabilidad, porque lo que haga Fernando Hierro, primer DT emergente en la historia en abrir un Mundial, apelará más al orgullo o a la dignidad.

Casi en ese preciso momento, Norteamérica derrotaba a Marruecos para quedarse la sede.

Como suele suceder, buena parte de los votos han estado más motivados por nociones geopolíticas y económicas, que deportivas.

El mayor respaldo de Estados Unidos no eran sus estadios e infraestructura, sino haber propiciado en dos actos la presidencia de Gianni Infantino: primero, al ser los responsables del FIFA-Gate, que desencadenó la caída en desgracia de Joseph Blatter; segundo, al modificar su voto a mitad de los comicios presidenciales de 2016, apoyando de último minuto a Infantino.

Por ello, y acaso por no quererse complicar con otro Mundial en un país en vías de desarrollo y con historial negro en materia de derechos humanos, la FIFA hizo cuanto pudo por descarrilar a Marruecos. Sabía que con dos frentes en competencia, todo era posible -recordemos que tanto Rusia para 2018 como para Qatar para 2022 eran las opciones peor calificadas.

Así llegó el convulso martes por la tarde: Francia pedía públicamente que todo el voto europeo fuera para Marruecos (más allá de los vínculos históricos, buena parte de los contratos para erigir estadios y obras, estaban ofrecidos a empresas galas); naciones como Italia, Holanda y Bélgica se sumaban a los norafricanos, sembrando cierto pánico en la cúpula norteamericana: si todo Europa se iba, Marruecos sería incontenible. Entonces Alemania se salió del script e hizo público que iba con el anfitrión triple, a lo que se añadieron dos importantes sorpresas: que votos presupuestados por Marruecos se desvanecieron: países musulmanes como Arabia Saudita, Afganistán, Bangladesh, Emiratos, Saudiarabia, Irak, prefirieron al eje americano; su colmo, Rusia se pasó al bando norteamericano, acto extraoficialmente vinculado a la relación TrumpPutin.

Para México habrá diez partidos de Mundial. Algo positivo por dos razones: primero, no implica desfalcos de los que colapsan finanzas públicas; segundo, porque Estados Unidos fue siempre el dueño de la candidatura, sabedor de que haciendo el Mundial en soledad, sería tan favorito y autosuficiente.

Twitter/albertolati

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