Difícil saber desde cuándo, más difícil aun enumerar los porqués, pero el balón ha conseguido ser la referencia cuatrienal con la cual muchos tejemos una línea del tiempo. Ya narra el actual hombre maduro sobre el adolescente que fue, y se sirve de los Mundiales para aclarar fechas: tiene que haber sido a mediados de los noventa, entre el penalti fallado por Baggio en Estados Unidos y la consagración de Zidane en Saint Denis. Ya recuerda su primer beso el hoy abuelo de varios: debió suceder a fines de los sesenta, después del gol ilegal en Wembley y el delirio brasileño en 1970; ya todos podemos acomodar la vida que fue, incluso aventurarnos a predecir la que será, sujetados a esa, la criatura más global que jamás haya existido, la Copa del Mundo de futbol: que arroje la primera piedra el que no haya hecho planes para el Mundial 2026 o, como mínimo, se haya visualizado.

Nada nuevo si consideramos que las viejas Olimpiadas eran también un marco indispensable para los historiadores. Por ejemplo, Dionisio de Halicarnaso explicaba que, “Rómulo, el primer gobernante de la ciudad, comenzó su reinado en el primer año de la séptima Olimpiada”; por su parte, Diodoro Sículo aclaraba que la invasión persa de Atenas se dio cuando Astilo de Crotone conquistó la prueba del stadion.

Así que, basados en ese sistema métrico que enumera de cuatro en cuatro años, este viernes hemos abierto un nuevo ciclo. ¿Es para tanto un Mundial? Pregunta válida inclusive para quienes somos devotos de la religión más practicada de la historia. ¿No exageramos? A la luz del porcentaje de partidos que tienden a ser memorables y del reducido instante de ellos que resultará de verdad mágico, muy posiblemente sí. Y es que el futbol seduce más por la expectativa que por la realidad, antes por lo que puede llegar a ser que por lo que suele ser, con mayor magnetismo por lo que deseamos y no por lo que, si fuésemos sinceros, esperáramos.

Mercantilización, dopaje, politización, especulación táctica, hooliganismo, el imperio del dinero donde 22 millonarios juegan para sacar del ocio a multitudes de personas normales que, reflejadas en ellos, de alguna manera sienten que están ahí y se desprenden momentáneamente de lo que les aplasta en la rutina.

Sucede que a cada diez facetas negativas de nuestro deporte que nos sean restregadas, podremos alzar los hombros y decir que lo mismo da: nos basta con pasión, nos sobra en devoción, para que todo esto tenga y mantenga sentido.

¿Pasión, devoción? Ejemplos nos sobran a la mayoría de quienes componemos esta feligresía del balón: pienso en ese, sí, en aquel espléndido, inolvidable; debió de ser por ahí de 1989, porque Maradona ya había hecho el gol del siglo en México y todavía no lloraba la derrota en Italia… Es la vida en balón, esa que rueda de cuatro en cuatro años.

Twitter/albertolati

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