Mayor obstinado no ha existido en la historia de este deporte. Alguien más inconforme, menos autocomplaciente, tampoco. Quizá porque este narciso se ama tanto, se exige más. Y quizá porque se continúa exigiendo, la insatisfacción convertida en modo de vida, teje su camino rumbo a otro nivel de perfección.
Podemos imaginar al casi adolescente Cristiano Ronaldo, recibiendo para comer a Patrice Evra, como su antiguo compañero en el United ha relatado. Lo que se supondría una jornada de distención en sillones ergonómicos, descorchar algún vino caro, larga sobremesa, eternas sesiones de videojuego, descanso tras el entrenamiento de esa mañana, sorprende a Evra como un martirio: lechuga, gimnasio, natación, trabajo con balón, que Cristiano se sabe inacabado y ha venido a este mundo decidido a ser leyenda. ¿Que su cuota de talento nato es más atlética que técnica y en principio no alcanza para tanto? Entonces sustituirá cada carencia con un talento mayor: la tenacidad.
“Y con una constancia que procede del fondo del mundo, con una persistencia metafísica, suenan, suenan, suenan las escalas de quien aprende piano”, describe el poeta portugués Fernando Pessoa en su “Libro del desasosiego”. Enunciado que parece retratar a su desasosegado compatriota Cristiano, pero con pelota en vez de teclas: caiga bien o mal, quien dude que el carácter de su persistencia es metafísica y que su constancia viene del fondo del mundo, que entrena con fervor místico y se obliga con fanatismo bizantino, será porque ha optado por la ceguera.
Nada en la vida de este depredador es casualidad. Ni su estado físico rumbo a los 34 años, ni ese darwinismo que le hace sobrevivir adaptándose a sus nuevas condiciones, ni los títulos, ni la gloria, ni la pedantería, ni el igualar en Balones de Oro a alguien predestinado para eso como Lionel Messi: acaso por ser hijo de un hombre dominado y acabado por vicios, nadie dirá a Cristiano lo que puede hacer o lo que no puede alcanzar, nada le esclavizará o limitará, el destino en sus manos y en las de nadie más.
Rusia 2018 le ha visto pasar de ser la figura de la selección portuguesa, a encarnar, en sus piernas y remates, en su vanidad y corazón, a la mismísima selección. ¿Qué tan lejos puede llegar ese equipo? Tan lejos como su racha goleadora se prolongue. Si garantiza el gol por cotejo que promedia desde hace una década, será cuestión de que los lusitanos se defiendan como en la pasada Eurocopa para que vayan brincando rondas.
Ante Messi o Neymar, basta con sorprendernos y admirar. Ante los de la estirpe de Cristiano, es necesario además aprender: vanidad de vanidades, todos sus goles son vanidad; voluntad de voluntades, nada frena a su voluntad.
Twitter/albertolati