Con el argumento de proteger transferencias injustas de tecnología y propiedad intelectual a China, así como proteger empleos en Estados Unidos, el viernes de la semana pasada el Gobierno americano anunció que impondría aranceles de 25% a productos importados de ese país asiático por un valor equivalente a cincuenta mil millones de dólares. A su vez el Gobierno chino anunció el domingo que respondería con la misma escala de medidas arancelarias, además de invalidar los acuerdos económicos y comerciales alcanzados desde mayo pasado, fecha en que habían acordado negociar para evitar una guerra comercial.
No es la primera vez que el Gobierno estadounidense amaga y recurre a este tipo de medidas con su segundo socio comercial, ya que antes había impuesto aranceles por la misma cantidad a una lista de mil 300 productos chinos y también, en marzo, Estados Unidos impuso aranceles al acero y aluminio importados de China. De manera análoga, este mes la administración de Donald Trump anunció aranceles a esos mismos productos, pero ahora a los provenientes de la Unión Europea, Canadá y México.
Queda claro entonces que ya no se trata de una simple amenaza, sino de la puesta en práctica de una estrategia de proteccionismo comercial que busca “proteger a los trabajadores estadounidenses” y de esa forma “hacer nuevamente grande a Estados Unidos”. Independiente del argumento esgrimido, sobra decir que los perdedores de esta política serán los consumidores de los diferentes países involucrados, incluyendo esos trabajadores que supuestamente se busca proteger, pues tendrán que pagar más caro por los mismos productos. Absolutamente nadie saldrá ganando en esta guerra comercial.
Sin embargo, ante la actitud arrogante y pendenciera de nuestro vecino del norte, nuestro país no puede ni debe quedarse cruzado de brazos. Es demasiado lo que está en juego desde el punto de vista económico, especialmente para nuestro México. No solo se trata de los aranceles al acero y al aluminio o a otros productos que pudieran eventualmente sufrir la misma suerte, se trata también de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el cual, de cancelarse, tendría repercusiones importantes en el corto y mediano plazo para nuestra economía, ya que muchos productores y cadenas de proveeduría se verían afectados de manera inmediata.
Más allá de las adecuadas respuestas puntuales a la imposición de aranceles, México, en lugar de replegarse y recurrir a esa misma política proteccionista generalizada debe, por un lado, apostar al fortalecimiento de su mercado interno y, por el otro, diversificar y fortalecer sus relaciones comerciales con otros países y regiones, utilizando los diferentes tratados de libre comercio con los que ya se cuenta. No hacerlo implicaría no aprovechar la vocación e infraestructura (productiva, regulatoria y logística) desarrollada a lo largo de los últimos años e ir en contra del orden comercial mundial, al que han reiterado su compromiso China, la Unión Europea y los países más desarrollados representados en el G-7 (excepto Estado Unidos).
El próximo gobierno debe demostrar una mezcla de pragmatismo y determinación para fortalecer el mercado interno, luchar contra la corrupción, evitar la sobre-regulación y seguir aprovechando las bondades del libre comercio.
@JorLuVR