Ya está bien. Hemos tenido que aguantar que Donaldo Trump nos haya humillado muchas veces.
Primero vino a México cuando no era aún Presidente; es más, cuando ni se lo imaginaba. Pocas horas después de salir de México llegó a Phoenix, donde dijo que iba a construir un muro en la frontera y que lo iban a pagar los mexicanos.
Lleva así año y medio queriendo restregarnos el dichoso muro que sólo está construido en su alma perversa y maquiavélica.
Pero sigue erre que erre queriendo vejarnos, riéndose él solo de sus propias gracietas, presumiendo de ser el líder del mundo mundial cuando se queda demasiado corto para serlo tan sólo de su país.
Luego llegaron las negociaciones comerciales y las subidas arancelarias. Pero no sólo con México, sino con todo el mundo.
A pesar de todos los gestos de buena voluntad que México ha intentado hacer, Donaldo lo ha recibido con el desdén de la apatía y la arrogancia.
No hemos visto a un solo secretario hablando animadamente con Donaldo. No hay una sola foto de las autoridades mexicanas que van seguido a México saliendo sonrientes de la Casa Blanca ni mucho menos acompañados por Donaldo.
Pero lo que está ocurriendo en la frontera es ya intolerable. La crueldad de Donaldo de separar a las familias mexicanas en la frontera es ilimitada; con una frialdad impropia de los seres humanos. Claro, no le ha pasado a Donaldo ni a su familia. Probablemente si le ocurriera entendería el dolor humano a límites insospechados y entonces cambiaría. Porque esa separación a los niños –muchos de ellos menores de cinco años– de sus padres a los que encarcela por intentar soñar en vivir una vida digna del otro lado de la frontera, es sencillamente execrable.
Estamos en pleno siglo XXI, en la globalización en plena efervescencia donde esos actos tan crueles deberían corresponder más bien a la Inquisición de Torquemada en el siglo XV, pero no a un país como Estados Unidos, donde la propia ciudadanía se revuelve por la falta de empatía de Donaldo hacia el ser humano. Hasta su misma mujer, Melania, le ha criticado igual que Laura Bush, la esposa del ex Presidente.
Pero Donaldo no entiende de sentimiento ni de humanismo. No sabe lo qué es. No le culpo. Su intelecto es demasiado pequeño para que no quepa el Renacimiento, ni sus científicos – Galileo, Leonardo Da Vinci– ni los pintores y escultores –Miguel Ángel, Rafael– que llevaron la condición humana a su máximo esplendor, a mirar al hombre como el centro del Universo, pero desde la empatía.
Sin embargo, todo ese discurso no va con Donaldo, sencillamente porque no le encaja en sus propios sentimientos, porque no lo entiende.
Lo único que entiende es el acto inhumano de separar a miles de familias porque lo dice él. Claro, así está la propia sociedad estadounidense, cada vez más polarizada ante la inacción de su crueldad.