Premio ambicionado por el común de los filósofos a lo largo de la historia: ser dueño de su destino. Mucho o poco, eso se ha ganado el Tri tras dos victorias en igual número de partidos en Rusia 2018. México lleva mano en su grupo y sólo a partir de lo que haga, Suecia y Alemania buscarán acomodarse.
Podemos imaginar a Juan Carlos Osorio haciendo del Casio de Shakespeare para pedir a sus jugadores aplomo en el último cotejo de la primera ronda: “¡No está en las estrellas definir nuestro destino, sino en nosotros mismos que consentimos en ser inferiores!”: pues eso, brincar a la cancha convencidos y no apocados, justo lo que ya se hizo dos veces.
Es decir, que con las llaves de su futuro en las manos, la selección nacional tendrá que dejarse de alusiones al más allá, de lamentos, de excusas, y abocarse a lo que ha demostrado saber en este Mundial, que es jugar.
Por supuesto, tan impecable arranque mundialista habría de bastar para ya tener garantizado un sitio en octavos de final (el resto de quienes han ganado sus dos cotejos, hoy están clasificados). No obstante, los hechos son claros: menos de siete puntos no alcanzan para continuar con vida.
¿Razones para tener fe? La mayoría: la selección mexicana no es sólo quien mejor se ha desempeñado en su sector, sino incluso de quienes más sólidos se han visto en todo este Mundial. Además, Suecia se va a exponer precisamente a lo que no sabe ni le gusta hacer, que es atacar, proponer, salir. Un Tri aplicado, sereno, concentrado, sin pérdidas absurdas de balones, diligente en el juego a balón parado, es el camino corto al liderato de grupo (porque, llegados a este punto, ya no hay medias tintas: se irá a San Petersburgo como líder o se volverá a casa como tercero). El otro camino, si se cometieran distracciones y recibieran goles, demanda lo que nos sigue debiendo este colectivo, mal endémico de nuestro futbol: contundencia. Si el Tri requiriera de menos oportunidades de gol para encontrar las redes, si optimizara lo que produce en ataque, sus perspectivas de éxito crecerían en muchos puntos porcentuales.
La selección a la que buena parte de sus seguidores veían eliminada en la primera ronda y casi ninguno calculaba líder de grupo, llega al partido definitorio con el destino en sus manos. Motivo de sobra para festejar y brincar al césped de Ekaterimburgo con convicción: no está en las estrellas, está en sus piernas la trascendencia.
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