Se nos ha llenado la boca de improperios contra la política de inmigración de Donaldo Trump, y realmente no es para menos. La crueldad que hemos visto, separando a padres de hijos en la frontera con Estados Unidos es infinita, no tiene límites.
Sin embargo, gracias a la presión de la opinión pública mundial, Trump ha tenido que dar marcha atrás. Eso sí, lo ha hecho a su manera. Continúa erre que erre con su política de tolerancia cero contra la inmigración, y no se va a bajar del caballo para no dar muestras de debilidad. Y es que por mucho que quisiéramos que cambiara, su obstinación, vehemencia e impulsividad no le dejarían ni a él mismo, porque él mismo es su peor enemigo. Ése es su problema, su gran caballo de batalla.
Pero es muy fácil ver la paja en el ojo ajeno. Es muy frívola la crítica fácil, mientras no queremos ver que aquí, en Europa, está ocurriendo lo mismo. Porque ¿cómo podríamos calificar el hecho de que Italia no permitiera atracar a dos barcos cargados de inmigrantes: el Aquarius y el Lifeline?
Quienes van en esas naos son personas que sienten como el resto de los seres humanos; sufren la misma sensación de miedo, de terror, de hambre, de frío o de sed.
Y mientras ellos sufren esa agonía, los italianos y muchos otros países miran para otro lado, mientras podrían dejar morir a aquella pobre gente en las aguas del mar Mediterráneo.
En ese momento es cuando aparece el Donaldo Trump europeo. Se trata del ministro del Interior italiano, Salvini, que hace de sheriff y dice que si atracan en su suelo, esos pobres infelices y las tripulaciones, que pertenecen a unas ONG, pueden ser detenidos.
Otra de las lindezas son sus recados a través de las redes sociales. En ellos se jacta en su arrogancia calificando de “carne humana” a esa pobre gente que no tiene nada que perder, salvo la vida. Y también descubrimos que el personaje Salvini pretende hacer un censo de los gitanos que viven en Italia, como en los mejores momentos de los años hitlerianos.
Pero eso no es sólo en el caso italiano. Viktor Orban, Presidente de Hungría, cerró su frontera hace ya más de tres años y creó fortalezas a modo de vallas para que no entraran en su suelo ciudadanos sirios que huían de la guerra. Algo parecido ocurre en Polonia y en otros países del este y centro europeo.
La única estadista que ha tenido una visión humanitaria de la política ha sido, sin duda alguna, la canciller alemana, Angela Merkel, que abrió las puertas de su nación para que pudieran entrar un millón de refugiados que pedían a gritos que les dejaran pasar. Sólo Merkel fue complaciente, pero sobre todo dio una lección de humanidad y ética que a punto está de costarle el puesto. En septiembre pasado ganó las elecciones en su país, pero con una mayoría pírrica. Eso le hizo gobernar con los socialistas de Martin Schulz, y eso mismo está a punto de dar al traste y de arruinarle su carrera política. Sin embargo, nos dio una lección a todos. Supo anteponer su humanidad a sus intereses personales.
Este próximo jueves ser reunirán los 28 Presidentes de la Unión Europea en un consejo donde se discutirá sobre la inmigración, uno de los problemas más importantes que tiene Europa. Sólo espero que las medidas que adopten sean uniformes en los criterios, pero también que sean solidarias. Ya vivimos en un mundo egoísta como para que además lo acentuemos.