En memoria de Salvador Allende y con dedicatoria a mi padre por todas las enseñanzas.

En homenaje a Salvador Allende, Mario Benedetti, poeta uruguayo, escribió: “Para matar al hombre de la paz / para golpear su frente limpia de pesadillas / tuvieron que convertirse en pesadilla / para vencer al hombre de la paz / tuvieron que congregar todos los odios / y además los aviones y los tanques / para batir al hombre de la paz / tuvieron que bombardearlo hacerlo llama / porque el hombre de la paz era una fortaleza”.


Abro un paréntesis en campaña para recordar al hombre que ha dejado huella en varias generaciones del mundo. Para recordar al hombre que ha sido mi jefe, mi líder, mi inspiración. Al compañero Presidente siempre vivo: Salvador Allende.

Ayer, 26 de junio, se conmemoró el 110 aniversario de su natalicio. Más que la nostalgia me mueve el recuerdo de su ejemplo, el que pronosticaba que “mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre”. El médico socialista que supo llevar a su pueblo a respirar los aires de la democracia y la libertad que dolieron tanto a los golpistas.

Salvador Allende escribió una página alternativa de la historia que se conoció como “la vía chilena al socialismo”, que significó acceder al máximo cargo de Chile por la vía pacífica, en palabras de Allende “no implica destruir, sino construir; no implica arrasar, sino edificar”. Para él, la gran revolución representaba una nueva política económica orientada a satisfacer las necesidades de los menos favorecidos.

Bajo esta enmienda, Allende, hombre íntegro con visión de futuro, le apostó a la educación, construyó más escuelas y entregó becas a niños indígenas. Además, incrementó el salario en 60% y congeló los precios de la canasta básica, pues estaba convencido de que todos merecían una vida digna y de calidad.

En el último minuto de este miércoles concluyen las elecciones, y aprovecho este espacio para que en el periodo de reflexión los votantes consideren a ese hombre de visión y políticas públicas que beneficiarán a todos los mexicanos, como Anaya. Y no a aquél que ha hecho de los pobres una imagen política a la que busca reproducir con el afán de que le rindan pleitesía, y no para salvarlos, como algunos ingenuamente creen. No necesitamos un mesías, sino un hombre íntegro como Allende.

¡Allende vive!