Ha sido raro jugar futbol en Siberia. Ávido de una explicación, dividido de mente entre el festejo por el milagro coreano y la desazón por la actuación propia, urgido de razones y justificaciones, contemplaba la vastedad siberiana hacia el oriente de la línea de meta y concluía: acaso haya sido eso, tampoco podía ser tan normal patear un balón aquí.
El hombre ante lo inmenso, ante lo inconmensurable, el Tri frente a la posibilidad de la mejor primera ronda en su historia, frente al camino soñado por la llave de apariencia menos compleja, trataba, muy en vano, de buscar absurdas analogías, de ordenar mis ideas mientras dejaba el estadio de Ekaterimburgo, de conciliar mi faceta crítica con la complacida.
Corea, la que en su bandera nos expone el yin y el yang, nos ha permitido pensar en nuestra bipolaridad futbolística, en nuestra luz y nuestra sombra, en nuestras dos caras, desde una innegable serenidad: porque no hubiera sido lo mismo admitirla en la eliminación, que asimilarla, sin duda con esperanza de una noche mejor en octavos, ahora que estamos clasificados y en camino a Samara.
Punto medular: no hemos calificado de rebote, lo hemos hecho con justicia; tampoco ha sido de panzazo, se ha logrado gracias a dos de tres partidos espléndidos; mucho menos sin merecimiento: dos victorias seguidas casi siempre bastan y sobran para ir a la segunda fase de un torneo. Lo que no consigue cambiar eso que experimentamos una vez que gritamos en Ekaterimburgo un gol anotado a casi mil kilómetros, en la cancha de Kazán: alivio, sí, cierta preocupación, también.
¿Por cuál de los partidos empezamos? ¿Por el que jugamos en los Urales con uniforme verde o por el que, sin saberlo, disputábamos en el Tartaristán bajo insignia coreana? ¿Por el que tuvimos sensación de poder controlar en el primer tiempo frente a Suecia, tras un intenso apedreo? ¿O por el que se desplomó de mala forma, sin respuesta ni reacción desde que se abrió nuestro arco? ¿Por el que ahora comienza, consistente en levantarse moralmente, o por el que fatalistas pensamos que había concluido, seguros de que Alemania se engulliría a Corea sin siquiera padecimiento?
¿Sin padecimiento? En este Mundial eso resulta imposible. España y Portugal avanzaron temiendo lo peor. Qué decir de la selección argentina que, escribíamos ayer, sólo se metió tras haber estado clínicamente fallecida. O de Brasil que sostenido de la macumba de Bahía sacó tres puntos a Costa Rica. O de Colombia que ya perdió. O, mucho antes, de todos quienes no vinieron: Italia, Holanda, Chile. La viga de equilibrio sobre hondos precipicios es lo de hoy en el futbol, y dichosos no hemos tropezado.
Reflexiones siberianas al margen, el equipo mexicano tiene que ponerse en pie: pudo ser eliminado, pero continúa dentro; pudo irse por un sendero más cómodo, aunque Brasil nos espera con la preocupación del que más a menudo nos ha tenido como piedra en su zapato; pierde a Héctor Moreno, mas dispone de un Hugo Ayala que fue extraordinario contra Alemania; ha jugado fatal en este cierre y soberbio en el inicio, quedando claro que ni ahora está para la basura, ni entonces estuvo para campeón.
Simplemente, ha jugado ruleta rusa, y no le ha tocado la bala.
Si, más allá de las dos victorias iniciales eso sirve como motivo para celebrar, celebremos pues: hagámoslo con balance entre esos polos opuestos, que de algo debe servir que en los memes del día se hayan añadido yin y yang a nuestra bandera.
Twitter/albertolati