Puede que me tape la boca, raro como está un Mundial en el que hasta un equipo tan pobre como Argentina puede ganar, pero he escrito antes que, como jugador y solo como jugador, Maradona está un escalón arriba de Messi, por una razón: tuvo el liderazgo y el temple de ganador que a Lionel, cuando juega lejos del ecosistema del Barcelona, con jugadores grandes como Iniesta, Suárez o el cretinazo de Piqué, simplemente no le brota.
Pero eso es todo lo bueno que puedo decir de Maradona.
Este Mundial ha regalado unas cuantas estampas de espíritu deportivo. Los jugadores islandeses, antes del partido contra Nigeria, con la camiseta que tenía el nombre de Ikeme, es decir el portero rival, en lucha contra la leucemia. Los aficionados alemanes felicitando a los mexicanos en el estadio tras su derrota, y el tuit de la embajada alemana en México dándonos su apoyo luego de que Corea eliminara a su selección. Hasta el hecho de ir a festejar frente a la embajada coreana, con el embajador participando del desmadre, me parece un reconocimiento al mérito del otro, una forma de acercamiento al rival.
El contraste: Maradona en la tribuna cuando Argentina derrotó a Nigeria. No se trata de esa mirada perdida, de ese salir dando tumbos. No sé si fue un efecto de sus adicciones, como se ha dicho, y si lo es no lo juzgo: no andamos para estar arrojando primeras piedras. El asunto es la bajeza de ofender al contrario, al enseñar los dedos al campo. Una bajeza más en un hombre que, públicamente, no ha enseñado más que bajezas. Maradona es, sí, el sujeto acusado al menos en dos ocasiones de golpear a su pareja. El que ha agredido a periodistas. El que compadrea con autócratas: Fidel, Chávez, Maduro.
Discutía el otro día con Julio El Profe Ibáñez, notable periodista deportivo, sobre la “Mano de Dios”. El Profe me decía que el futbol es un deporte de vivos, y que bien está. Y sí, en la medida en que la picardía se reserve a la cancha. Maradona no solo hizo trampa contra los ingleses aquel día: convirtió la trampa en la piedra fundacional del futbol argentino contemporáneo. Anclado en el victimismo, sacó de las canchas la marrullería para hacerla una seña de identidad. Eso es justamente lo peor de la albiceleste, admirable por su espíritu de pelea y su técnica: esa ardidez cuando te bailan, la patada artera y la cara que dice “De qué me hablas”, el complotismo que justifica la derrota. La falta de clase y de decencia.
Mil veces Messi.