El PRI está gravemente herido, y en los próximos meses veremos si logra llegar a Urgencias o muere en el trayecto. Su candidato, José Antonio Meade, perdió en todos los estados, ganando solo 4 % de las casillas. El partido perdió todas las gubernaturas en disputa, 285 de 300 distritos electorales y la mayoría que tenía en diversos congresos locales. Tendrá solo 42 diputados federales (antes 204) y 14 senadores (antes 55). Nunca en sus 89 años de vida institucional había perdido tanta sangre; ni en 2000 o 2006.

 

Solo la refundación programática y estructural (así como una buena purga anticorrupción desde lo pragmático) podrá salvar a esos 6.3 millones de militantes que son y hacen al PRI a nivel nacional (aunque hoy deben ser menos). Esto puede o no pasar por un cambio de nombre; pienso que, además de cambios de fondo y pugnas internas que muchos ansiamos ver, el PRI ya no puede llamarse PRI. Dicha marca (establecida en 1946 tras llamarse PNR y después PRM) ya dio de sí. Es, probablemente, la marca más desprestigiada de México.

 

Pero la refundación partidista no es algo inusitado. En España, por ejemplo, Alianza Popular (partido hecho de resabios franquistas fundado en 1977) se transformó en Partido Popular en 1989, y logró gobernar España primero con Aznar y luego con Rajoy. El paralelismo no podría ser más claro: Alianza Popular decidió transformarse justo cuando su principal rival, el Partido Socialista Obrero Español, tenía un control parlamentario absoluto y su presidente, Felipe González, gozaba de una sólida popularidad entre los españoles.

 

Tras la enorme victoria de AMLO (que tendrá manga ancha para crear una clientela política nacional vía programas sociales, aspecto que probablemente solidificaría su popularidad), es concebible que las 12 gubernaturas que aún conserva el PRI vayan cayendo una a una, sobre todo las ocho más próximas que se disputan en 2021 (Campeche, Colima, Guerrero, SLP, Sinaloa, Sonora, Tlaxcala y Zacatecas). Es decir, hay un escenario en donde el PRI solo gobierne cuatro estados a finales de 2021 (Edoméx, Oaxaca, Hidalgo y Coahuila), y otro en el que para finales de 2022, gobierne únicamente en dos (Edoméx y Coahuila).

 

Ante la considerable probabilidad de estos escenarios, el PRI o se refunda o se refunde. Y sí, llegó el momento de cambiarle el nombre; de armar una discusión nacional de redireccionamiento programático y organizacional (tarde lo que tarde y cueste lo que cueste); y, lo más importante, que el priismo decida con qué militantes clásicos ve un futuro y con cuáles no. Esto último lo digo porque el priista sabe que ciertos personajes con ciertas prácticas no lo dejan avanzar ni crear un atractivo mayor entre la población mexicana.

 

El PRI, si le restamos la corrupción, es un buen partido en términos ideológicos. Si bien se define como socialdemócrata, en la realidad descansa en un centro pragmático, que no es el típico centro donde no pasa nada, sino uno que toma lo necesario de izquierda y derecha (dos ejemplos respectivos: reforma fiscal y reforma energética). A México le viene bien un partido de centro que sepa que ningún extremo tiene todas las respuestas. Por lo mismo, dicho eje estabilizador no debe quedar vacío: o lo llena el PRI o lo llenamos con otro.

 

DAMNIFICADOS. A tan solo tres días de la victoria, explotó el primer escándalo de AMLO y MORENA: la Unidad de Fiscalización del INE determinó que, de los 78.8 millones del fideicomiso ilegal que conformaron para “ayudar” a los damnificados de los sismos, 64 millones fueron a parar a manos de 56 operadores del partido… y desaparecieron.

 

@AlonsoTamez

 

 

fahl