Los que no vivieron a Alfredo Di Stéfano, acaso se preguntan: pero, ¿su último equipo en la élite no fue el Real Madrid? ¡A qué fue al Espanyol en sus dos temporadas finales!

De igual forma, los posteriores a Johan Cruyff se extrañan: ¡¿cómo pudo disputar el último año de su carrera vistiendo el uniforme del acérrimo rival del Ajax, el Feyenoord?!

Parecido, los jóvenes que hoy identifican a Franz Beckenbauer como máximo ícono en la historia del Bayern Múnich, se cuestionan: ¿se despidió actuando para el Hamburgo, en aquel momento el mayor rival de los bávaros?

Evidentemente, este deporte no está hecho para el “se amaron eternamente y vivieron felices por siempre”. Como última muestra, Cristiano Ronaldo, con casi 34 años y un nivel de comodidad en Madrid como para no moverse de ahí jamás, por iniciar un nuevo ciclo en su carrera en Turín.

El mayor goleador en la historia merengue, ese que recibió más Balones de Oro que nadie bajo ese escudo, ese que pudo romper el viejo tabú de ser comparado con Di Stéfano: puestos a la comparación, ahí está, si en 1964 Santiago Bernabéu propició que la apodada “Saeta rubia” se jubilara lejos de casa, hoy Florentino Pérez ha accedido a la marcha de Cristiano.

Mal para todos. Para la afición blanca que pasará sin escalas del todo a la nada: en pocos meses, de la cuarta Champions en cinco años y de enorgullecerse con su vuelo para su mejor gol vestido de blanco, a simplemente no tenerlo. Ni verlo encanecer, ni llegar al día en que sus índices goleadores fueran a menos, ni aceptar con un aplauso en su momento que su mayor crack empezaba a conjugarse en pasado.

Aplauso que nunca fue de a gratis en esta relación y acaso por ello no podía terminar más que en ruptura. Mientras anotó goles (casi siempre) se le aclamó y cuando muy excepcionalmente dejó de hacerlo se le recriminó.

Al tiempo, cada renovación de contrato estuvo rodeada por inconformidad y amenazas del jugador: me siento triste, de aquí a fin de año no voy a hablar, ahora no soy feliz, no me siento valorado…, depresiones sanadas de forma crónica con mejoras salariales.

Por ello, cuando terminada la última final de Champions, el portugués declaró aquello de “fue lindo jugar aquí”, la mayoría lo interpretó como un nuevo mecanismo de negociación. Quizá lo fue, o quizá ya estaba todo decidido, o quizá quedaban puertas abiertas, no lo sabremos, pero nunca más tras esa noche se le volverá a ver con el escudo del Real Madrid.

Como jugada final, otro absurdo tan grande como su marcha: con su gesto insaciable, con su ambición depredadora, con su necesidad de red, incursionando en el área del Liverpool, sólo para ser interrumpido por un invasor de cancha y ver invalidada la jugada.

Así terminó esta historia y, berrinches o tristezas al margen, el Madrid nunca se podrá quejar: más de un gol por partido en nueve años, es una cifra fuera de la realidad.

Pasarán muchas décadas para que alguien se acerque a los 450 goles que deja como estela. Para entonces, los niños cuyos padres hoy ni siquiera han nacido, se preguntarán, “¡¿Cristiano no se retiró en el Madrid?!”, acompañando el enunciado por un ceño fruncido, manos abiertas y la certeza de que desde siempre, este deporte resulta demasiado raro.

Twitter/albertolati

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