Por segunda final consecutiva, Jarabe de Palo tiene la palabra más clara: “en lo puro no hay futuro, la pureza está en la mezcla, en la mezcla de lo puro, que antes que puro fue mezcla”.
La Francia de los cinco continentes vuelve a reinar sobre el balón: si la belleza de sus calles, la estética de su Versalles, la sofisticación de su comida, son todas resultado de cuanto los franceses han recibido de todo confín del planeta, hoy su futbol lo es también.
Criticar la procedencia múltiple de su plantel y negar su vinculación genuina a Francia, es hacerle el juego a la ultraderecha, siempre renuente a aceptar la dinámica social actual tal cual es. Esa misma postura que, en voz de Jean-Marie Le Pen, calificaba a los campeones del mundo de 1998 como “franceses artificiales”.
No es nueva esa diversidad. Ya he explicado antes que desde hace al menos ochenta años, la selección bleu ha sido así. En el Mundial de 1938, Francia rompió los moldes con al menos cinco jugadores: Raoul Diagne, nativo de Senegal; Abdelkader Ben Bouali y Mario Zatelli de Argelia; Héctor Cazenave de Uruguay; Ignace Kowalcyk de Polonia.
Diagne supuso un gran impacto, considerando lo restringida que estaba por entonces la convivencia entre negros y blancos; vale la pena recordar que su padre, Blaise Diagne, fue el primer diputado de origen africano elegido en Francia.
Sin embargo, tampoco es nueva la resistencia ante esa diversidad. Francia, como Bélgica, como Alemania, como Inglaterra, como Suiza, como el común de los países europeos occidentales, hoy es un crisol. Circunstancia que, desafortunadamente, no se vive con el mismo éxito en todos los rubros más allá del futbol.
Por regresar al modelo alemán, fue curioso que poco antes de la coronación en Maracaná, de 2014, Angela Merkel declarara que el modelo de la multiculturalidad había fracasado, que los inmigrantes tenían que hacer más por integrarse. Y es que lo que en la cancha luce tan pleno, fuera de ella mantiene puntos suspensivos.
El título de 1998, con un plantel francés tan variado como éste, anunciaba un período de armonía, de fortalecerse en la diferencia, de regodearse en la multitud de colores y sonidos. No obstante, dos años después un amistoso ante Argelia veía el himno francés pitado en Saint Denis, siete años después se colocaban barricadas en contra de la policía en ese mismo barrio y 17 años después se atacaba la célula de un terrible atentado terrorista en ese mismo sitio del extrarradio parisino.
¿Qué sucede? Que parte de los descendientes de inmigrantes se sienten tratados como franceses de segunda, sin acceso al estado de bienestar que se promete y asegura mucho más a menudo a los blancos.
Del futbol no llegará la sanación para esta sociedad, pero sí un buen porcentaje del tratamiento o, como menos, del ejemplo: visto, balón de por medio, que la nación es más fuerte tomando elementos de sus diferencias, acaso sepa aprovecharlo en numerosos sentidos más. Aprovecharlo y, sobre todo, incluirlo, respetarlo.
Francia ha sido Francia en el Mundial: se ha coronado tal como hoy es.
Twitter/albertolati