Imposible ser relativo o selectivo: tolerada o aplaudida una politización del futbol, en automático todas las demás son bienvenidas.

Adjetivos tales como lo justo, lo correcto, lo moral, lo adecuado, lo humano, resultan indispensables en todo debate, mas no pueden ser el punto de partida para éste: si se alaba la invasión de cancha de las Pussy Riot en la final –acaso porque, en mi muy específico caso, coincido con todas sus demandas y admiro su valentía–, entonces llegará el punto en que los escenarios deportivos sean tomados por quien reivindique nociones contrarias a mi parecer, incluso de apariencia siniestra o brutal.

Si me pareció horripilante que la afición serbia mostrara en las gradas imágenes de Ratko Mladic (tras las guerras balcánicas, sentenciado por crímenes de lesa humanidad), si me pareció imprudente que Domagoj Vida celebrara con cantos pro-ucranianos la victoria sobre Rusia, si me pareció lamentable que Dejan Lovren recuperara en alguna celebración cantos de los ustachas (grupo paramilitar pro-nazi en la Segunda Guerra Mundial y de extrema derecha en los conflictos de los noventa), entonces tampoco podemos pensar que lo de las Pussy Riot merece la ovación.

Otro tema es elogiar su tremenda capacidad para hacer viral un mensaje. Haber logrado colarse al césped de Luzhnikí en plena final, con Vladimir Putin contemplando desde el palco de honor y rodeado de mandatarios, fue un golpe maestro. Tanto como la aparición de sus integrantes, Nadya y Masha, en un capítulo de la serie House of Cards, cuando confrontan al presidente ruso con las consignas que gritarían ante Putin de tenerlo en frente: pues finalmente, en el Francia-Croacia, tuvieron al mandatario ruso ante sí.

En escena, ante Frank Underwood, gritan: “su lealtad es tan profunda que regaló a sus amigos medio país, es tan abierto a la crítica que la mayoría de sus críticos están en prisión”. En el estadio, ante el mundo, pronto mandaron similares mensajes en redes sociales.

Rusia estuvo a punto de concluir el Mundial con un maquillaje perfecto para sus no escasos puntos vulnerables: transparencia, democracia, libertad política y de expresión, Derechos Humanos, la llamada ley anti-propaganda gay.
De golpe, Pussy Riot devolvió a la agenda esas temáticas, recordando al planeta que la Rusia tan maravillosa del Mundial, esa que nos cautivó por tantísimos factores (y, que, ni duda cabe, existe), tiene también otra cara.
Sin embargo, una y otra vez habremos de volver a lo mismo: si se critica que un borracho o vándalo entren corriendo a un partido, si se critica la politización del deporte, igual de criticables son las chicas de Pussy Riot por mucho que coincidamos con ellas.

Sabemos que es imposible, pero el ideal del deporte ha de ser sin teñirse de política. ¿Resignados a su inevitable politización, habremos de fomentar que se manifiesten aquellos con quienes coincidimos? No, porque siempre habrá quien coincida con ideas que nos sonarán monstruosas.

Twitter/albertolati

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