Al parecer, la mayor parte de los políticos gustan de presumir originalidad y radicalidad en sus propuestas y proyectos como un gancho para convencer a las sociedades de sus virtudes, ganar apoyo y fidelidad sin que necesariamente sea esto cierto; y Andrés Manuel López Obrador junto con Morena no tendrían por qué ser la excepción.
Sin duda, el diseño de la nueva administración que comenzará en cuatro meses López Obrador hará cambios radicales a la estructura de gobierno y ciertas políticas públicas. Se entiende que pretenda darle una dimensión histórica a su gestión; se entiende, pero él y su equipo hacen de manera deliberada omisiones importantes al ver sólo a la Independencia, la Reforma y la Revolución como las grandes transformaciones de México, dejando de lado la pacificación de la nación diseñada y construida por Plutarco Elías Calles, la revolución educativa de Lázaro Cárdenas, la civilidad en el Gobierno y la modernización de Miguel Alemán, a las que les siguieron dos movimientos sociales y políticos: el nacimiento de la lucha democrática con el movimiento estudiantil de 1968 y la ruptura del modelo de gobierno de partido casi único impulsada por Cuauhtémoc Cárdenas.
A todo esto hay que agregar la más importante transformación de gobierno y económica que comenzó hace tres décadas y que fue materializada en la administración de Carlos Salinas de Gortari: la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la creación del Instituto Federal Electoral ciudadano y el nacimiento de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, instituciones que llevaron a México a entrar de lleno a la globalidad mundial, la democracia electoral y la lucha contra los abusos de los gobiernos y sus cuerpos de seguridad y policiacos.
Así que siendo estrictos, nuestro país ha vivido un dinámico proceso de transformaciones que no empiezan ni acabarán con el gobierno de López Obrador y Morena.
La transformación que pretende AMLO tiene muchos cuestionamientos sobre su viabilidad y bondades; habrá que ver si en realidad logran los beneficios que aseguran los morenistas llevarán a la población. Por ejemplo, la descentralización del Gobierno, que adolece de una distorsión de fondo que es pretender que la burocracia es un factor de desarrollo económico, cuando los verdaderos detonantes del crecimiento y el empleo son la inversión y la innovación.
Pensar en que el traslado de miles de burócratas a distintos estados con la mudanza de secretarías y paraestatales será un detonante económico tiene de suyo ese fallo elemental, además de que se puede prever que tendrá un impacto real en la microeconomía de la Ciudad de México; pero en fin, habrá que ver.
Hay que aplaudir, sin duda, el planteamiento de austeridad, eliminar los seguros de gastos médicos mayores a los funcionarios, lo cual es terminar con un verdadero privilegio, pero la reducción de sueldos a rajatabla es simplista y no parte de un diseño que corrija la desordenada confección de los ingresos de los funcionarios y burócratas a partir de la construcción de un tabulador que considere responsabilidad, currícula, especialización, riesgo y algunos etcéteras.
En fin, hay muchos qués en los que se puede coincidir con López Obrador y que son comunes a las ofertas de todos los partidos políticos, como acabar con la pobreza y la desigualdad, dar seguridad y combatir al crimen, generar crecimiento y empleo, ampliar las oportunidades de bienestar, mejorar servicios y otros muchos etcéteras. Los problemas empiezan al revisar los cómos, y los cómos de AMLO no se ven tan claros y efectivos como se quisiera. Habrá que esperar.