El barco no tiene víveres. Los pocos que quedaban se los comieron los hambrientos inmigrantes que fueron rescatados en pleno mar Mediterráneo. Habían zarpado desde Libia en zozobrantes barcazas que acabaron por ser una caja de muertos, cuando su intención iba a ser la llave para encontrar un “mundo mejor”.

 

El barco Aquarius, de una ONG francesa, recibió el visto bueno de las autoridades españolas para poder atracar en el Puerto de Valencia. Antes, Italia les dio un portazo de muy mala manera. Los italianos trataron a aquellos infelices como basura cuando se trataba de seres humanos -como usted o como yo- que habían salido de sus respectivos países hacía años, atravesando el duro desierto del Sahara.

 

No tenían nada que perder, salvo la vida. Lo demás era lo de menos.

 

El gesto de humanidad de España, con una Europa mirando hacia otro lado, sin abordar el problema, fue contraproducente.

 

Hace un mes ocurrió este trágico episodio en aguas del mar Mediterráneo. España demostró de nuevo el espíritu de solidaridad, aunque el precio que pagaríamos sería muy alto. Se produjo un “efecto llamada” con miles de inmigrantes más que consiguieron entrar en España en tan sólo un mes.

 

Una cosa es la generosidad de España, y otra muy distinta es que se convierta en un coladero y colapse los Cetis (Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes).

 

Ya no hay un hueco más, pero los inmigrantes continúan llegando a miríadas. Se ha redoblado la seguridad de Ceuta y Melilla, las dos ciudades españolas enclavadas en Marruecos. Todo el cinturón de vallas que separa España de Marruecos parece una fortificación. Si han llegado hasta la frontera atravesando el desierto, dejando atrás la guerra en sus países, siendo capturados por terroristas del Estado Islámico, con humillaciones psíquicas y físicas, caminando por el caos durante años, una valla no va a ser ningún impedimento, no les va a parar.

 

Europa se ha puesto las pilas y finalmente va a ayudar a España. Lo dijo el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Por eso ha enviado al comisario para las Migraciones. Sin embargo, también ha recalcado que los fondos de la Unión Europea para frenar la entrada masiva son limitados.
Los países del club de la Unión Europea hacen, pero no hacen. Le han dejado a España sola. A pesar de ser una Europa “unida”, cada uno barre para su casa.

 

Muchos se dan abrazos y dicen que “nos vamos a ayudar”.

 

Lo cierto es que cada uno se mira su propio ombligo. Eso le pasó a la canciller alemana, Angela Merkel, cuando abrió sus fronteras y, en un gesto de humanidad, permitió entrar a más de un millón de refugiados, muchos de ellos sirios, que huían de la guerra.

 

El resto de los países de la Unión Europea criticaron esa política de solidaridad. Lo mismo ocurrió con los propios ciudadanos alemanes. Fue por ese motivo que en septiembre pasado estuvo a punto de perder las elecciones. Ganó por la mínima. Así castigó la ciudadanía alemana la solidaridad de la canciller.

 

Lo mismo está ocurriendo con España. Es una solidaridad individualista. En el fondo son muy pocos los que comulgan con esa política de solidaridad que todos deberíamos practicar.

 

El problema se hace cada vez mayor. Si no tomamos medidas, pero solidarias, estamos abocados al fracaso.

 

Madrid Agosto 2018 Alberto Peláez.