Para el que más lo intenta, no existe el no. O existe a modo de batallas perdidas, pero de ninguna forma de aceptar que se puede dar por perdida la guerra.
¿Cuántos profesionales de todo rubro habrían claudicado de encontrarse en la situación de Francisco Guillermo Ochoa? La abrumadora mayoría. Por un lado, la inevitable tentación de cobrar mucho y vivir cómodo en casa, con las gradas y los medios aplaudiendo cuanto se haga. Por otro, la obstinada aspiración de triunfar con un gran equipo y en una gran liga europea, de convencer a los escépticos, de imponerse a todo, de probarse capaz de cumplir un sueño.

Entre sus numerosas y muy evidentes virtudes como futbolista, la primera que debemos elogiar de Ochoa es la perseverancia, la no conformidad, la obstinación de ser.
Ocho años atrás, el entonces guardameta americanista pretendía utilizar el Mundial de Sudáfrica como la catapulta que le lanzara a un club importante. Por lo que sea, el seleccionador Javier Aguirre decidió alinear al veterano Óscar Pérez, posponiendo la vitrina de Memo.

Para 2011, su camino al París Saint Germain se cortó de súbito al brotar el caso de clembuterol en varios elementos tricolores. En lo que limpiaba su nombre, el tren parisino escapó y sólo quedó como opción el humilde Ajaccio, que gracias a sus atajadas vivió el mejor momento en su historia.

Brasil 2014 le confirmó como auténtico hacedor de milagros, por lo que el anuncio de su partida al Málaga sonó a muy poco, generó decepción. Peor todavía, al percatarnos de que ahí estaría confinado a la banca durante dos temporadas de nada.
La mayoría habría regresado cabizbajo a México, pero Ochoa se mantuvo intacto en fe. Incluso cuando se supo que su destino era el debilísimo club Granada, en el que acumularía goleadas y el descenso más ineludible.

Así que cuando en 2017 se supo que Memo se marchaba a un cuadro belga, lejano en perspectivas a la cima, las críticas incrementaron: que se dejara de anhelos imposibles, que jugara en un sitio a su altura, que dejara de regalarse en sitios indignos de él, que entendiera que la Europa estelar no era para él.

Ochoa, como siempre, se dedicó a lo que sabe, que es trabajar. Meses después alzaba el torneo de copa y arañaba el título de liga, calificando al Standard de Lieja a la previa de la Champions.

Tantísimo esfuerzo está cerca de verse retribuido. Las negociaciones entre Standard y Nápoles no han sido sencillas, pero todo hace indicar que hallaran un final feliz.

De ser así, habremos de celebrarlo por uno de los mejores jugadores que nuestro país ha tenido (y, sin duda, el mejor en los últimos dos Mundiales). Pero, en mucho mayor medida, como lección: cuando se desea algo, ha de pelearse por el sueño a lo Ochoa, hasta el límite, con absoluto empeño, sin renunciar hasta pisar la meta.

Twitter/albertolati

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