Medio siglo ya del 68; cuyos inicios se remontan a la frontera entre julio y agosto de ese año, cuando inició una fuerte movilización de estudiantes que, si la historia se explicara por relaciones sencillas de causa y efecto, tendría su origen en una trifulca entre dos escuelas y una respuesta brutal de la policía, pero que en realidad respondió a motivos complejos y variados que no alcanzamos a entender plenamente.
De hecho, aunque abundan los testimonios escritos y filmados, aunque muchos de sus protagonistas siguen vivos y activos, y aunque no pocos historiadores se han dado a la tarea de estudiarlo, el 68 deja todavía más preguntas que respuestas, tal vez porque la contradicción está en su esencia misma.
Está la duda de qué cuotas de responsabilidad corresponden a Díaz Ordaz y a Echeverría, de qué grado de participación tuvieron en la matanza del 2 de octubre el ejército y la policía, de en qué medida incidió esa movilización en el auge posterior de alzamientos armados cuando era un movimiento pacífico. Y están las contradicciones. ¿Fue un movimiento libertario? Sin duda. Así lo entendió uno de sus líderes, Luis González de Alba, como se deja ver en esa extraordinaria novela testimonial, Los días y los años, reeditada hace poco en Cal y Arena. Hablamos de un movimiento que intentó democratizar al país, que habló de libertades sexuales y sumó al feminismo. Pero también anidó ciertas pulsiones autoritarias: ahí estaban el culto a la revolución castrista y al Che. Fue un movimiento nacido al impulso de una tendencia mundial: ya sabemos que andaban en llamas las calles parisinas, muchas de las gringas, Praga, el Madrid del franquismo. Pero también fue la respuesta a un clima local agobiante, viciado, pacato, de relaciones verticales e intransigentes de los padres con los hijos, del gobierno con la ciudadanía y del maestro con el alumno. Es el clima del diazordacismo, bien retratado por Elena Poniatowska en La noche de Tlatelolco y por Gilberto Guevara Niebla en La libertad nunca se olvida, tal vez el recuento más detallado de aquellas jornadas.
¿Es importante acercarse de nuevo a aquel momento? Sin duda. El 68 fue, en efecto, determinante para la confirmación del México actual. ¿Cómo es éste México? Muy diferente pero muy parecido a aquel, por una característica compartida: la contradicción. Vivimos, también, días de aliento democrático y conservadurismo autoritario, de esperanza y miedo, de carro completo y participación ciudadana.
Entendernos entonces es, un poco, entendernos hoy.