Con la cachaza propia del provinciano que cree que los ciudadanos no tienen memoria o, de plano, son idiotas, Alfonso Durazo hizo un mal diagnóstico de la seguridad que recibe el presidente López.
Dijo el futuro secretario de Seguridad Pública: “La seguridad está en ruinas” y México “es una tumba” o “una fosa”, en alusión a la intolerable violencia que se vive en todo México.
Y, sin duda, millones de mexicanos le darían la razón al campeón del trampolín político -Durazo trabajó para gobiernos del PRI, luego del PAN, coqueteó con el gobierno de Peña y hoy milita en Morena-, si esos mexicanos no tuvieran en la memoria que en 2004 los habitantes del entonces Distrito Federal realizaron la más numerosa marcha de protesta –de la que tenga memoria en la capital del país-, justo contra la violencia y la inseguridad.
¿Lo recuerdan?
Los capitalinos se manifestaron –nos manifestamos– en repudio al mal Gobierno del DF y contra la ineficacia oficial para combatir la violencia, el crimen, la inseguridad y el secuestro…
Y el entonces jefe de Gobierno de la capital se llamaba Andrés Manuel y se apellidaba López Obrador. Y no sólo se burló de los ciudadanos, sino que los insultó al llamarlos “pirrurris” que “¡andan con sus marchitas de protesta contra la inseguridad…!”. ¿Ya se les olvidó?
Pues viene a cuento el tema no sólo por las irresponsables declaraciones del futuro titular de Seguridad Pública -que dijo que Peña “dejó la seguridad en ruinas”-, sino porque todo indica que llegó el momento de que el hoy senador y líder de la diezmada bancada de PRI en la Cámara alta, Miguel Osorio, salga en defensa de su trabajo.
Nos referimos, está claro, al senador hidalguense Miguel Ángel Osorio, ex secretario de Gobernación y quien deberá explicar su gestión en materia de seguridad no sólo en la tribuna de la Cámara alta –cuando llegue el momento de la verdad-, sino en los medios. ¿Por qué?
Porque el flagelo de la inseguridad no viene de 2012, tampoco de 2006 y menos del año 2000 –cuando AMLO no pudo reducir la inseguridad en la capital del país-, sino que la inseguridad y la violencia vienen de lejos, por lo menos del último medio siglo.
Lo curioso es que igual que el clásico de Ibargüengoitia –Estas ruinas que ves-, Alfonso Durazo no se da cuenta que no ha salido de su pueblo –de Cuévano-, y supone que la inseguridad es la misma de su adolescencia.
No sabe que controlar la inseguridad y garantizar un efectivo combate a la violencia no dependen sólo del Gobierno federal. Esa concepción es una verdadera estupidez. ¿Por qué?
Porque más de 80% de los delitos que se cometen en México son delitos del fuero común, que dependen de alcaldes y gobernadores. Por eso, es tiempo de que Miguel Osorio explique el diagnóstico del “valemadrismo” de gobernadores y alcaldes.
Y no sería ocioso –además- que el gabinete del presidente López, sus diputados y senadores, leyeran Los pasos de López, de Ibargüengoitia. Por lo menos aprenderían a leer.
Al tiempo.