Desplegó sus alas como una canción que comienza a sonar, cuando la aguja se desliza susurrando por cada surco del disco que desempolva y renueva la vida. La música.
Estamos hechos de materia estelar. Sí. Y de música. Una vez que plantamos los pies en la Tierra, somos eso. Sonidos.
El nacimiento. La muerte. Un beso. Un hola. El adiós. Una sonrisa. El llanto. El amor. El sexo. Cada paso. Los ladridos. Maullidos. La Lluvia. Un golpe. Una caricia. Un deseo. Una mentada. Cada caída y al levantarnos. Todo es sonido. Y eso somos.
Hay música hasta en el silencio.
41 años después de la muerte del Rey Elvis Presley, la Reina del Soul emprendió el mismo camino.
El 16 de agosto de 2018, (marcado en la Bitácora del Capitán como un día después del 33. Tres veces tres), la Reina dijo adiós y cerró los ojos por última vez.
Aretha Franklin tuvo una infancia difícil. Su madre abandonó a la familia cuando ella era una niña. Y en el comienzo de su adolescencia fue mamá por primera vez.
Su refugio desde entonces eran los sonidos. El eco de esa música que le hablaba de dolor, de amor, de comenzar de nuevo. El canto del alma.
Pero ella no quiso clases de piano. Aprendió sola mientras cantaba gospel en la iglesia.
Cada nota invadía su cuerpo y se reconocía en sus cuerdas vocales. Era algo natural. Tanto como el sufrimiento y la lucha por ser feliz.
En un mundo extraño muy pronto se le acercaron los representantes de las disqueras. Y la orillaron al jazz.
Hasta que cambió de sello discográfico y Aretha Franklin exprimió todo el soul que la nutría emocionalmente.
Le dio un nuevo sentido a R-E-S-P-E-C-T y se volvió parte de la lucha por los derechos civiles y la igualdad.
Aretha pasó del gospel al jazz, al blues, al soul, hasta la música disco y afortunadamente regresó a sus raíces.
Transitó por Freeway of Love. Navegó en Today I Sing The Blues.
Cantó a Carole King, a los Beatles, a McCartney, a Tina Turner, a Smokey Robinson, a los Rolling Stones, a George Benson, a los Eurythmics y Annie Lennox, a George Michael, a Peter Wolf, a Eric Clapton, a Ray Charles, a los Blues Brothers, a Paul Simon, a Billie Holiday… a muchos más y una célebre versión de Nessun Dorma de Puccini.
Esa es la música. El alma.
Aretha Franklin fue la primera mujer en ingresar al Salón de la Fama del Rock and Roll.
Inspiró a todas. A todos.
La Reina de nuestras almas se lleva algo de nosotros. Muchos sonidos más. Y también nos deja la certeza de que existimos en cada una (o al menos alguna) de sus canciones.
Desde 2010 emprendió una batalla contra esa enfermedad. No quiero mencionarla.
Aretha no perdió. Le arrancó muchas victorias con su voz, con su fuerza, con su espíritu indomable. Ese que canta siempre y que hace suyo cualquier género.
Aretha Louise Franklin es la reina de nuestras almas. Sonidos fuimos y en otros sonidos nos convertiremos.
Hoy cerramos los ojos y nos envolvemos en una canción para recordar que ahí estamos. S-O-M-O-S.
Su voz inigualable. Su estilo. Su canto ahora es libre y fluye como un viento de negritud que pide igualdad en camino a las estrellas. Donde su música seguirá brillando, susurrando, orando, cantando “Say a Little Prayer”.
Aretha dejó el tren del soul. Desplegó sus alas.
Una nave espacial que nos recuerda que somos eso. Sonidos. Y que como tales, merecemos seguir cantando nuestra canción juntos.
La Reina del Soul viaja desde hoy a la Nebulosa del Alma (en dirección a Casiopea). Un conglomerado donde nacen estrellas, de las cuales -quizá dentro de millones de años- surja un planeta donde habite alguien que descubra y oiga nuestro canto.
Aretha, no perdiste la batalla. Ganaste.
Quiero seguirte. La Nebulosa del Alma parece un buen lugar para creer, para crear, para crecer otra vez.
Buen viaje, Aretha.
Que el rock and roll sea.
NCG