El diplomático más futbolero, Kofi Annan a menudo giraba el rostro hacia la cancha para ejemplificar y enfatizar sus temas de mayor inquietud.
Era cuestión de mencionar ese deporte que le marcara años atrás en Ghana (“Amo el juego. Lo practiqué cuando era joven y durante mis años universitarios. Jugaba como extremo derecho, porque tenía mucha velocidad”), para que su tono, ya de por sí contagioso en ritmo y serenidad, se ablandara.
Cuando se acercaba Alemania 2006, admitía con sentido del humor y sinceridad que “el Mundial pone a la ONU verde de la envidia”, asumiendo que los niveles de repercusión del debate futbolero cambiarían al planeta si pudieran dedicarse a las problemáticas más urgentes.
Sin embargo, lograba plantear sus preocupaciones esenciales a través de lo que detectaba en el balón: paz e integración, tolerancia y migración, ante todo respeto al que parece diferente. En tiempos en los que la paranoia ha vuelto a consolidarse como bomba electoral y el aislamiento como remedio populista, vale la pena leer un texto que preparó años atrás: “El Mundial ilustra los beneficios del intercambio entre pueblos y países. Más y más selecciones dan la bienvenida a entrenadores de otros sitios, quienes llevan otras formas de pensar y jugar. Lo mismo aplica a los jugadores que representan a clubes de otras tierras (…) Desearía que así se hiciera evidente para todos que la migración humana, en general, puede crear victorias triples: para los migrantes, para sus naciones de origen y para las sociedades que los reciben. Los migrantes no sólo construyen mejores vidas para ellos mismos y para sus familias, sino que también son agentes de desarrollo (económico, social y cultural) en los países a los que van a trabajar, mientras que inspiran ideas y experiencia cuando vuelven a casa”.
Su vínculo con el futbol llegó a ser tan profundo, que cuando en 2015 la FIFA estaba en caos, su nombre era el favorito de los neutrales para asumir la presidencia y reformar de raíz al organismo. Tanto crecería esa versión, que en una entrevista para CNN él mismo se descartó: “hace falta alguien mucho más joven, con toda la energía, para involucrarse y comprometerse en este desafío. Pero tengo claro que el juego sigue siendo maravilloso, que significa demasiado para mucha gente en todo el mundo (…) el cambio no es un evento, es un proceso, y entre mayores sean las expectativas, más tiempo se requerirá para reformar la FIFA”.
En 1999 había relanzado la relación de la ONU con la FIFA. A partir de eso, introduciría al futbol en campamentos de refugiados (inició en Kósovo), en campañas de educación de UNICEF, en iniciativas contra la explotación laboral de los niños, en partidos para promover la paz. Más allá de los estereotipos que los políticos suelen repetir al hablar del deporte, el Nobel de la Paz aportó una clave imprescindible: “obliga a todos a aprender juntos a aceptar las reglas; por eso es educación para la vida”.
Habiendo mostrado tantas facetas durante su dilatada trayectoria, es curioso que el último cargo relevante para el que sonó Kofi Annan fuera en el futbol. El que empezó como extremo derecho, pudo terminar comandando al balón: malísimo que no haya sido así, una gran oportunidad que se desperdició.
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