Flavio lloraba desconsolado por el padre que cayó desde el puente Morandi hacia un vacío tan inmenso que se encontró con el firmamento. Pero, ¿por qué tenía que ser su hora cuando se cuidaba, hacía ejercicio y llevaba una dieta saludable? No había cumplido los 60. En circunstancias normales, el padre de Flavio hubiera vivido 30 años más. Habría conocido a sus nietos que estaban por llegar, hubiera abrazado miles de veces a su esposa que le hacía la mejor pasta del mundo, habría continuado viendo el mar Mediterráneo y sus puestas de sol desde su querida Génova. Se trataba de pequeños detalles que cualquier ser humano quisiera durante toda su vida.
Pero no. La impericia del ser humano quiso que el puente Morandi cayera con los coches que circulaban por su vena principal. Una caída angustiosa desde cien metros al suelo, el suelo seco, frío, impenetrable. Parecía como si se hubiera abierto tragándose todo lo que se caía. Era como la boca de un gigante. Por eso muchos coches quedaron sepultados por las toneladas de hormigón que se estamparon contra ellos.
Días mas tarde, el Jefe del Estado italiano, Sergio Mattarella; el presidente del Consejo de Ministros, Giuseppe Conte, y los vicepresidentes Luigi Di Maio y Matteo Salvini encabezaron la misa de Estado por las víctimas de aquel terrible accidente.
Muchos familiares no acudieron al luctuoso evento. A la mitad de sus muertos les hicieron funerales aparte para ahorrarse a los políticos de pasarela. Porque había una gran indignación hacia ellos por parte de la ciudadanía italiana.
El flamante vicepresidente y ministro del Interior Salvini tuvo la deshonra de irse la noche del accidente, de francachela con sus amigos, mientras toda Italia lloraba a sus muertos. Pero lo que es peor, porque siempre puede haber algo peor cuando se vive entre la ignorancia y la insensibilidad, fue que Salvini subió a las redes sociales fotos de aquella francachela. Todo eran risas y divertimento. Salvini y sus amigos disfrutaban del poder mientras el resto de Italia y del mundo seguían en silencio, rotos por el dolor, con el corazón ajironado, la tragedia de decenas de muertos que ya no podrían honrarle más a la vida, como lo hizo Salvini esa noche envuelta en una aureola de drama.
Flavio continuaba llorando al padre que ya no tenía.
Han pasado varios días para la ciudad de Génova que todavía no cree lo que le tocó vivir. Las plegarias siguen saliendo de los labios de miles de personas.
En Roma, el Santo Padre continúa recordando, un día sí y otro también, a los muertos de Génova para que no se les olvide. Todos salvo el flamante vicepresidente Matteo Salvini, quien sigue embebido en el poder y en su indecente manera de actuar.