En los tiempos de culto sin freno a la figura presidencial es “pecado capital” decir “no” al presidente López. Por eso, empresarios de todos los ramos y –especialmente de medios- han entendido que resulta suicida decir “no” al nuevo Presidente.
Políticos de todos los signos y colores saben que sus carreras morirían si dicen “no” a las ocurrencias del titular del Ejecutivo. Y no se diga la penosa sumisión de no pocos medios, opinantes, intelectuales y periodistas que pelean codo a codo “el privilegio” de ganar el favor del nuevo ungido.
Bueno, los nuevos tiempos son propicios –incluso- para que la profesora Gordillo sea vista como símbolo de heroísmo, a pesar de la grosera explicación de que heredó de su madre casi 400 millones de pesos.
Hoy, quien no vea como un hecho histórico todo lo que dice y hace el nuevo Gobierno está condenado a la muerte política y profesional.
Por eso, cobra calidad de “héroe nacional” aquel mexicano que, por convicción elemental, le dice “no” al presidente López.
Y también por eso la pregunta obliga: ¿quién, en su sano juicio, se atreve a decir “no” a un político endiosado y llevado a los altares del poder?
Ese garbanzo de a libra se llama Enrique Graue; es el rector de a UNAM y -a medio siglo de la gesta heroica del rector Javier Barros Sierra- hoy es el mayor defensor de la UNAM, de los universitarios y de la calidad de la más importante universidad pública.
En silencio -sin escándalos mediáticos-, el actual rector de la UNAM le dijo “no” al presidente López, cuando el nuevo mandatario intentó meter la mano en la UNAM para impulsar la más absurda propuesta de campaña: abrir las puertas universitarias al populismo de recibir a todos los demandantes sin examen.
“No” le dijo Graue a López Obrador, convencido de que abaratar la calidad universitaria sería la muerte de la propia educación superior y de la universidad pública. Y, sin duda, que le asiste la razón al rector de la UNAM. ¿Por qué?
Porque durante décadas, la calidad educativa ha sido un objetivo central para las autoridades universitarias. Por esa misma razón –porque la calidad educativa fue la prioridad-, nunca llegó a la rectoría el grupo de Javier Jiménez Espriú, al que los universitarios motejaron “como el grupo de los mediocres”.
Pues resulta que el grupo de Jiménez Espriú y el de su hijo Raymundo se encargarán de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y de “las benditas redes” en la casa presidencial.
Y también por eso muchos creen que en cuanto tome posesión el nuevo Gobierno se podría producir el asalto a la UNAM. ¿Y eso qué significa?
Que la mano presidencial caería sobre la rectoría y sobre la autonomía universitaria. Y es que si bien Jiménez Espriú nunca logró la rectoría por las vías institucionales, lo conseguirá “mediante un golpe de Estado”.
¿Qué harán los universitarios para defender la Máxima Casa de Estudios, para defender la autonomía y la calidad educativa? ¿Aplaudirán la muerte de la UNAM?
Al tiempo.