Un partido que no da pasos sin permiso. Donde el líder político concentra y reparte todas las candidaturas y recursos importantes entre sus aliados con el único criterio que importa: su propio beneficio. Una élite subordinada a dicho liderazgo, que castiga el pensar distinto. Un partido que simula procesos electorales internos u otros mecanismos para legitimar lo ilegítimo. Donde la militancia de carrera es desplazada por improvisados que nunca han pedido el voto por nadie pero que son “famosos” o “esenciales para ganar”. ¿De qué partido estoy hablando? ¿De MORENA, del PRI, del PAN? La realidad es que hoy podría ser de cualquiera; o inclusive podríamos estar haciendo referencia al Verde, a PT o MC.
La falta de democracia interna en nuestro sistema de partidos es más nociva de lo que parece. Además de las desventajas obvias, como el hacer a estas organizaciones menos atractivas para el talento político que carece de “padrinos”, es un síntoma de un verdadero y aún enraizado desdeño a los ideales democráticos y lo que estos representan, ya que cuando nos los podemos evitar, lo hacemos. Eso nunca será justo pero tampoco será práctico a la larga –a menos que se de en un sistema de partido cuasihegemónico, como lo fue México varias décadas–, ya que las designaciones sin reglas claras o competencia equilibrada sólo fragmentan a los partidos políticos, siempre beneficiando al adversario.
En el PRI nunca ha habido democracia interna; más allá de algunos intentos quijotescos o simulados, el tricolor jamás se ha planteado seriamente cambiar el modelo de gestión interior que adoptó en los 30. Inclusive el PAN, con una larga tradición de competencia, fue capturado por el anayismo, y hoy replica los vicios de la verticalidad discrecional priista. MORENA, si bien se conduce igual que la escuela de López Obrador –el PRI de los 70–, tiene la oportunidad de hacer dos cosas. Primero, profundizar la democratización del acceso al poder público –pilar de nuestra transición nacional aún inconclusa–, mediante un esquema de competencia interna que distribuya el poder vía el voto libre y secreto de sus militantes, y no mediante el propio arbitrio de AMLO, de sus familiares o de una cúpula supeditada a él.
Y en segundo lugar, AMLO debe democratizar MORENA para darle viabilidad más allá de su persona. Claro que debe estructurar el ideario en torno a su figura, pero debe hacerse de tal manera que ante su ausencia política y física, este no se autodestruya con luchas intestinas. Si AMLO dota a MORENA de un órgano interno legitimado ante la militancia, con reglas de competencia claras y que administre la distribución del poder de manera justa, el tabasqueño estaría invirtiendo en la viabilidad de su creación en los años por venir. MORENA arrasó, y lo que haga o deje de hacer va a impactar en la vida institucional del país. Estoy convencido de que si MORENA es más democrático, México será más democrático.
La democracia interna no es idealismo; es un mecanismo para resolver las luchas de poder que se dan al interior de los partidos. Sobre la premisa de que siempre puedes volver a competir por una candidatura mediante reglas aceptadas por la militancia, se constituye un partido fuerte en donde las coincidencias siempre serán mayores que las diferencias. Y ese “contrato social” interior es lo que hace viable a un partido más allá de coyunturas e individuos.
@AlonsoTamez
La nula democracia interna en los partidos políticos en México. Esto y más leerás en la columna de @Alonsotamez pic.twitter.com/4laOVqoM9q
— 24 HORAS (@diario24horas) 26 de agosto de 2018
aarl