Por Alberto Lati

El Imperio Otomano se desmoronaba y a cada semana controlaba menos facetas en el Estambul de inicios del Siglo Veinte. Como una de tantas muestras, tres grupos de jóvenes desafiaban algo que, apenas unos años atrás, hubiera lucido imposible: fundar clubes para la práctica de un deporte extranjero, algo que se mantuvo prohibido por el sultán hasta que los tres equipos ya estaban consolidados en la clandestinidad.

Así, con escasos años de diferencia nacieron Besiktas, Galatasaray y Fenerbahce. Sin embargo, el Besiktas pretendía aferrarse a la tradición, colocando 1319 como año de fundación en su escudo (es decir, basado en el calendario musulmán, a partir del profeta Mahoma). Algo similar con el Galatasaray, que por mucho tiempo apuntó que había nacido en 1321. Eso les alejó de inmediato del Fenerbahce que, pese a estar en el costado asiático del Bósforo y fuera de territorio europeo a diferencia de sus rivales, de origen fue progresista.

Acaso por ello, el padre de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Atatürk, especie de patriarca de todo lo que es hoy la patria turca, se identificó de inmediato con el Fenerbahce.

Se clama que por ahí de 1917 acudió a su estadio como espectador y que, desatada la hostilidad con Grecia un par de años después, el Fenerbahce fue la institución que le apoyó. No existe manera sólida de comprobarlo, pero se insiste que este equipo aprovechó su cercanía respecto al caudal del Bósforo para surtir a Atatürk de armamento y voluntarios. Incluso, muchos aficionados al Fener aseguran que, sin su apoyo, Grecia no habría sido repelida de los puertos que ya había tomado.

Décadas más tarde, Recep Tayyip Erdogan emergería como el político más importante de la Turquía del cambio de siglo (primero alcalde de Estambul, luego máxima autoridad en el gobierno de este país). Quizá por su eterna pretensión de ser relacionado con Atatürk, quizá por una genuina afición a esos colores, en la biografía de Erdogan se enfatiza que siempre amó al Fenerbahce y que ese club pretendió contratarlo cuando era joven.

En 2011 un escándalo de partidos amañados amenazó al Fener de ser despojado de su corona. Entonces Erdogan dividió su discurso en dos sentidos: por un lado, protestar por la forma en que había sido manchado el nombre de Turquía; por otro, cerciorarse de que ese título no cambiara de dueño.

Por si faltaran elementos para que la nueva casa de Diego Reyes sea apodada Efsane (“La leyenda”), el otro gran símbolo turco de años recientes, es también su seguidor: el Nobel de Literatura, Orhan Pamuk, tan fervoroso en su amor a esa entidad, como crítico del odio que emana del balón en su país: “El futbol en Turquía se ha convertido en una máquina para producir nacionalismos, xenofobia y pensamientos autoritarios”, palabras alternadas con grandes relatos de lo que era ver al Fener, impregnado de la brisa del Bósforo, cuando era niño.

Twitter/albertolati

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