Cuando hablamos del billete de un dólar, todos sin excepción pensamos en aquel billete verde, con la imagen de George Washington en el anverso y el gran sello de los Estados Unidos en el reverso y con la conocida frase “In God We Trust”.
Este billete es igualito desde 1963, y sigue en circulación junto con el resto del papel moneda que conocemos de los dólares estadounidenses.
En cambio, los billetes en Venezuela han cambiado tanto, y en tan poco tiempo, que hoy simplemente cuesta más el papel en el que están impresos que su valor nominal. Entre la emisión del billete de un bolívar y el de 100 mil bolívares pasaron apenas 25 años; en medio hay cientos de impresiones de billetes nuevos.
Ésos son dos extremos del papel moneda. Una economía líder y estable mantiene sus billetes por largo tiempo y una economía quebrada vive del trueque más que de su sistema monetario.
En este espectro, México estaría mucho más cerca de la estabilidad estadounidense que del caos venezolano, pero con su desfile de billetes y monedas por los efectos de la inflación.
Las generaciones más recientes, los millennials pues, no saben de esa enorme rotación del circulante que vivimos los que tenemos más años.
Sobre todo, a finales del siglo pasado vimos pasar un gran número de billetes y monedas, con un desfile de héroes patrios, muchos colores y tamaños, cada vez con más ceros y después con tres ceros menos, en fin.
Cada nuevo billete o moneda nos contaba una historia de grandes inflaciones y de una permanente crisis económica. Nos desataba el efecto José Alfredo y cada nuevo billete o moneda de metales más corrientes nos remitía a la realidad de que la vida no vale nada. Fue traumático.
Claro que aprendimos a despreciar cualquier cambio en el diseño del circulante porque nos remitía a una debacle económica. Por eso, cuando el Banco de México nos anuncia cambios en el diseño de su papel moneda nos da miedo.
El cambio en el billete de 500 pesos es lateral, aparece un nuevo billete políticamente correcto con el siguiente Gobierno, uno que en ese afán de homenaje al Benemérito de las Américas se confunde con el saliente billete de 20 pesos, pero sin efecto alguno en la economía.
Pero el billete que sí nos va a poner muy tristes es el de dos mil pesos. Lo veremos con la incomodidad de ser un papelito inalcanzable, con el temor de traerlo en la cartera, con la certeza de que nadie no lo querrá cambiar y con el inevitable efecto José Alfredo.
Así sea muy bonito, con las imágenes de Octavio Paz y Rosario Castellanos, un billetote de dos mil nos hará pensar que la moneda vale menos y que se requieren más ceros para comprar lo mismo.
El efecto psicológico de pensar que con los de dos mil la vida no vale nada podría provocar un aumento en la inflación en una especie de profecía autocumplida.