Que el ser humano se acostumbra a todo y su capacidad de asombro se renueva en automático sólo tocar un máximo histórico. Que hasta lo que fue digno de Día de los Santos Inocentes, termina por asimilarse y tomar tintes de normalidad. Que bastan unos instantes, algunas horas, incluso no tantos minutos, para que lo inverosímil deje de ser tal.
Una vez más, el destino ha sido el guionista más osado para escribir teatro del absurdo. ¿Diego Armando Maradona durmiendo en Culiacán, ya como entrenador del club Dorados en el circuito de ascenso del futbol mexicano? Argumento perfecto para alguna película homónima de “Los dioses deben estar locos”, para algún relato llamado “Kafka en Sinaloa”, para algún performance cargado de sin-sentido.
De todas las viejas glorias del futbol, ninguna ha lucido tan poco adecuada para dirigir como Diego: su inestabilidad, línea de indisciplina, falta de compromiso, renuencia al trabajo sostenido, presunta imposibilidad de recurrir a todas sus facultades, predisposición al escándalo, su fragilidad en general, tienden a descalificarle como líder que ofrezca tanto coherencia como un mínimo ejemplo a sus pupilos –por no decir orden táctico, estudio del rival, innovaciones, variantes.
Sin embargo, antes incluso de haberse retirado, cuando pagaba una de sus sanciones por dopaje, ya dirigió a un par de clubes en Argentina y, teniendo mínimas credenciales, ya llevó a su selección a una Copa del Mundo.
Jorge Valdano dio alguna vez la clave: que se le pregunta a Maradona como si pensara con el pie izquierdo. Y él responde con idéntica facilidad, aunque a menudo sin mínimo rango de sensatez o capacidad de argumentación. Sobra aclararlo (por si a un par de décadas de su retiro, alguien así lo esperara), tampoco dirige con esa zurda proverbial.
Por supuesto que en momentos en los que se arremete tan duro contra el ex futbolista (agravado tras el triste estado en que se le vio durante el Mundial), es indispensable separarlo e independizarlo del futbolista. Maradona no derrochó semejante virtuosismo por las sustancias prohibidas, sino más bien pese a ellas; convirtió en lírica una actividad que solía ser, en el mejor de los casos, épica; escribió en verso un deporte habituado a la prosa; sublimó al balón como si lo pateara con pincel y cincel. Indomable para el rival, para los directivos, para todo aparato que pretendiera someterlo, terminó por serlo también para sus cabales, cayendo en una adicción aun más compleja que las que antes le atormentaron: a ser caricatura, a actuar conforme a ese personaje creado que en definitiva suplantó del todo al humano.
Personaje de una extraña ópera, si ya fue un desafío imaginarlo en un Nápoles que había eludido el descenso por apenas un punto, o en la remota Corrientes guiando al Mandiyú, o rehabilitándose en Cuba, o radicado en Emiratos Árabes Unidos, o directivo en Bielorrusia, no lo es menos que ahora entrene en Sinaloa. Mientras dure ahí.