El 29 de marzo del próximo año será la fecha en que Gran Bretaña se irá de la Unión Europea.
Las autoridades de la isla con la primera ministra, Theresa May, al frente consiguieron el referéndum en el que decían que Gran Bretaña quería seguir sola. Sin embargo, conforme se iba acercando la fecha comenzaron las dudas y las dilaciones. La Cámara de los Lores consiguió en mayo de este año dilatar la fecha de la Ley Brexit. Con esta dilación y retirado de la fecha, el Reino Unido ganaba tiempo ante una decisión mal tomada, pero que ya no tenía vuelta atrás.
Si la ciudadanía británica volviera a votar, con toda probabilidad quedaría la continuidad del Reino Unido dentro de la Unión Europea. Así se lo dijeron los mandatarios europeos al entonces primer ministro británico, David Cameron, hace tres años cuando le barruntaba por la cabeza el realizar un referéndum del que se arrepentiría toda su vida.
Mariano Rajoy, Angela Merkel, François Hollande, todos, todos los antiguos líderes europeos le advirtieron a Cameron de los efectos perniciosos y hasta indeseables que conllevaría el referéndum si es que salía sí, es decir, si es que Gran Bretaña decidía independizarse de Europa. David Cameron no escuchó, y ahora el Reino Unido sufre las consecuencias.
El diplomático francés Michel Barnier fue el asignado por la Comisión Europea para aplacar a los británicos. La deuda que el Reino Unido tendrá que pagar por marcharse de Europa es de 120 mil millones de dólares. Barnier se lo recuerda un día sí y otro también. Por eso los británicos quieren que se pague a medias. Aquí paga quien organizó la fiesta y se marchó de ella. Lo que no es posible es que ahora los platos rotos, por una decisión mal tomada, tenga que pagarlos la Unión Europea o tenga que pagar parte de la fiesta.
A todo esto las buenas relaciones comerciales que Gran Bretaña mantiene con sus socios europeos se acaban. Europa le tiene preparado un sistema arancelario que le costará mucho más poder exportar. A Gran Bretaña no le queda más remedio que mirar hacia otros mercados. Y por eso lo hace hacia Estados Unidos, su socio natural. La primera ministra británica Theresa May lo sabe, y por eso también hace de tripas corazón y se echa en brazos de Donaldo Trump. Claro que no tienen una buena relación. De hecho, cuando May y Trump se ven saltan chispas. Sin embargo, a la primera ministra no le queda más remedio si quiere sacar al país adelante.
Una vez que los británicos hayan concluido su salida a partir de abril del próximo año, queda el enigma de cómo podrán gestionarse solos, a través del proteccionismo cuando vivimos en una sociedad global. A Europa le costará mucho salir adelante sin Gran Bretaña. A Gran Bretaña, más.
Por cierto, que con todos estos problemas que tienen los británicos ahora se detienen en que el Gobierno imponga en los restaurantes el número de calorías que tiene cada plato. Está muy bien que los ciudadanos cuiden su salud, pero digo yo que hay cosas más importantes como la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.