“A los historiadores y periodistas les gusta explicar por qué comienzan las guerras. Pero los finales son igualmente importantes. Cómo termina una guerra puede ayudar a explicar por qué se desata la siguiente”. Así comienza el gran documental “Armisticio” (disponible en Netflix) del historiador británico David Reynolds, sobre cómo el abrupto y vengativo acuerdo de cese al fuego en la Primera Guerra Mundial (mayormente redactado por el Comandante Supremo de los Aliados, el francés Ferdinand Foch), solo puso la mesa para la Segunda, al ser considerado excesivo por los alemanes (sentimiento que se repetirá y concentrará tras la firma del Tratado de Versalles en 1919, y mismo que Hitler explotó en su ascenso).

 

En la política democrática también se requieren buenos finales, sea tras pequeñas escaramuzas o después de largos procesos de batalla política-electoral. El armisticio mexicano que se firmó el 1 de julio de 2018 durará 5 meses, terminando el 1 de diciembre, con la entrada en funciones del nuevo gobierno. ¿Cómo está ocupando el ganador dicha “suspensión” de hostilidades? ¿Está contribuyendo a edificar una paz duradera en la política mexicana? ¿O está sembrando un rencor que, en un futuro, podría ser motivo de mayor polarización social? Por suerte, el resultado hasta hoy está inclinándose a positivo.

 

Si uno ve de donde venimos y en donde estamos, hay tiempo para seguir reduciendo tensiones. López Obrador hizo bien en reunirse a principios de agosto con José Antonio Meade, a quién llamó “una persona decente, buena, honorable”. Se buscó, si bien no juntar, por lo menos congraciar a esas partes enfrentadas. Y el resultado fue bueno, ya que era una imagen que el país necesitaba ver. Después, a inicios de septiembre, el presidente electo se reunió con “El Bronco” en el aeropuerto de Monterrey. El motivo de la reunión fue otro (el presupuesto para Nuevo León), pero sigue la ruta de normalización de los humores.

 

Sin embargo, su postura ante su principal opositor, el panismo, ha sido distinta; un tanto más fría. La reunión con Ricardo Anaya se sigue posponiendo, y no sabemos si gracias a este o al presidente electo. Sea lo que sea, el ganador debe reunirse con Anaya en breve, ya que entre más tiempo pase, menos sincero se verá el acercamiento. Con respecto al gobierno federal, López Obrador ha sido bastante conciliador: tres reuniones aparentemente amables con el presidente Peña Nieto, y además una postura que, para efectos de juntar lo separado, funciona: declaró que recibe un país estable, sin crisis política ni financiera.

 

Un armisticio es la mera pausa de enfrentamientos, y puede terminar de dos formas: con la paz (regresando a un esquema basado en la tolerancia mutua y en el reconocimiento a la legitimidad del otro) o de vuelta a la guerra (retornar a una lógica de escalamiento de la polarización, como vimos en campaña, y como el propio tabasqueño promovió por años). López Obrador parece entender (ahora sí) que, en democracia, las emociones de los jugadores deben atenuarse para evitar que alguno rompa el tablero; porque de ocurrir, nadie más podría jugar. Esperemos que dicho ánimo sea sincero y continúe (y se adecúe) al mando del poder presidencial en una democracia: ni vendettas, ni cosa nostra; solo la ley.

 

Quedan dos meses y medio del armisticio mexicano que el próximo presidente aún puede aprovechar: visitar personalmente los comités nacionales de los demás partidos; buscar una reunión con sus nuevos coordinadores parlamentarios; juntar amargos rivales en pro del país (piense en la CNTE y el SNTE); o sentarse con los expresidentes de la república, etc. No soy fanático de los simbolismos en política (prefiero los resultados), pero los fomento y celebro cuando el propósito es hacer a nuestra democracia más segura para la diversidad.

 

@AlonsoTamez

 

 

aarl