El 19 de septiembre pasado la tragedia nos cimbró y, una vez más, mostró el rostro solidario de nuestro pueblo. En mi caso, y hasta el 11 de octubre, tuve el privilegio de liderar el esfuerzo de empresarios y cámaras empresariales de la Ciudad de México para atender todas las llamadas, canalizarlas y maximizar el buen uso de las herramientas, maquinaria, fuerza de trabajo y camiones donados por la iniciativa privada a fin de rescatar víctimas.
Ha transcurrido un año, y me pregunto si aprendimos algo. Si la siguiente vez que se sacuda la Tierra, porque vivimos en zona sísmica y resulta inevitable, podremos levantarnos más rápido, si podremos evitar pérdidas humanas.
En nuestra urbe hay aún muchos inmuebles vulnerables, construidos antes de 1985 cuando los códigos de construcción eran más laxos. En otras ciudades también en zonas sísmicas, como San Francisco, el Gobierno tiene años censando sus inmuebles, a fin de reforzar estructuras y sustituir aquéllas que son insalvables. Se han dado cuenta que la clave para levantarse rápido de las catástrofes y sin pérdida de vidas humanas radica en reforzar todas las redes de servicio de la ciudad y en tener edificios resistentes, bien calculados.
A ello deberíamos destinar esfuerzos y atención. Como Gobierno, habría que atender nuestras redes de servicio, y en colaboración con la ciudadanía y la iniciativa privada, reforzar inmuebles y sustituir aquéllos en los que resulte caro robustecer las estructuras.
No podemos darnos el lujo de ser una ciudad museo sin modernizar aquello que lo requiera. Necesitamos remozar estructuralmente los edificios en falta, y mantener en óptimas condiciones redes de agua, gas, luz y drenaje.
Esa labor resulta imposible si el Gobierno está solo. Requiere del apoyo de empresarios que se comprometan con la ejecución de proyectos inmobiliarios modernos y resistentes, y con inversión en infraestructura para la capital. Así lo han hecho otras ciudades que hoy sobrellevan catástrofes y desastres naturales sin pérdida de vidas humanas.
Con respecto a cómo hacer la reconstrucción, las recomendaciones de los expertos de otros países del mundo son muy ilustradoras: “No se aceleren a gastar en la reconstrucción; hagan planes para una ciudad más resiliente… Planear cuesta menos, lanzarse de golpe a reconstruir es caro e ineficiente. Si no se planifica, los esfuerzos realizados serán aislados, y no capitalizarán el aprendizaje que se debe tener de la catástrofe”.
Deseo que la ciudadanía y los empresarios, junto con el próximo Gobierno federal y el de la ciudad, podamos ser partícipes de planes que nos preparen para ser una mejor metrópoli, un mejor país. Hoy no somos resilientes; aún es posible que nuevos sismos se lleven consigo vidas humanas. En esa labor todos debemos sumar: un Gobierno que actúe, empresarios con compromiso y responsabilidad social y sociedad civil que se informe y señale riesgos. ¡Colaborando en sociedad sí se puede!