Casi termina la segunda década del siglo XXI y el Gran Hermano nos aprieta cada vez más fuerte con sus garras. Algunos dirán que es por culpa de la excesiva interconexión del mundo globalizado que se nutre de las fake news que han allanado el camino a la postverdad. Sí, pero hay otro elemento: la obsesión por la vigilancia y auge de los populismos -aliados de las leyes liberticidas-, incluso en las llamadas democracias occidentales.
De manera curiosa, en la era de Trump y el Brexit, aparentemente ganado gracias al escándalo de la gigantesca filtración de datos personales de Facebook a través de la empresa de análisis Cambridge Analytica, el libro más vendido a nivel global es la novela de ciencia ficción 1984, de George Orwell.
Orwell concibió su obra maestra futurista en 1948. Sitúa la acción en 1984 en un sistema dictatorial autoritario de la sociedad inglesa dominada por el Gran Hermano. El régimen postnuclear controla cada uno de los movimientos de los ciudadanos, interfiere en todos los aspectos de su vida privada, castiga con saña a los que se oponen a él, basta con tener pensamientos disidentes.
El protagonista Winston Smith intenta rebelarse, emprende la odisea de escapar a la omnivigilancia. En vano.
Al releer 1984 -originalmente una crítica despiadada del nazismo y el estalinismo-, uno se da cuenta que vivimos una situación muy semejante a la que imaginó George Orwell. Cada uno de nuestros pasos es rastreado por nuestros smartphones que conocen mejor que nosotros nuestros hábitos de consumo o preferencias artísticas; es más, son capaces de reconocer caras y traducir voces.
Nadie ha logrado regular el tráfico masivo de datos personales que hizo que pasáramos de simples usuarios a viles mercancías-productos, vulnerables e influenciables, presas fáciles del poder no sólo político, sino también económico.
Hace unos días, estaba buscando en Google la dirección exacta de una tienda concreta de zapatos para niños. Buscaba un par para ofrecer como regalo de cumpleaños al hijo de una amiga. En cuestión de minutos mis cuentas de redes sociales se vieron literalmente invadidas por avalanchas de anuncios de un sinnúmero de marcas de calzado infantil. Seguramente, estimado lector, le ha pasado en alguna ocasión algo similar.
¿Se nos acabó el libre pensamiento? ¿Alguien decide por nosotros en qué debemos creer y en qué no? El Big Data con sus algoritmos, sin duda, nos vigila con más perspicacia que el Gran Hermano de Orwell.
En las calles aún no vemos policías en armadura pesada de RoboCop, todavía no contamos con vehículos capaces de viajar a través del tiempo, como en Volver al futuro, tampoco se vislumbran los carros voladores de Blade runner. No importa, el futuro ya nos alcanzó.
Lo que más intriga en todo este torbellino totalitario es la falta de voluntad para rebelarse. ¿Dónde están los Winston Smith de hoy? Al parecer, el Big Data nos hundió en una profunda pasividad.