Por mucho tiempo a José Mourinho se le permitieron cuantos exabruptos deseara: si señalaba públicamente a alguno de sus jugadores, si reñía con la prensa, si provocaba al rival, si atacaba a integrantes de su directiva, si ofendía a los árbitros, si recurría a pretextos propios de las mentes más paranoides…, todo se le toleró y hasta se intuyó como parte de su metodología, mientras estuvo soportado por títulos.
Años ya muy lejanos, en los que se le veía como el futuro de la gestión de un equipo: en apenas seis años había sido campeón de todo con el Oporto (incluida, sí, la última Champions que fue para un equipo de bajo presupuesto), había devuelto al Chelsea a la cima de Inglaterra (beneficiado, también, del mayor desembolso que por entonces tuviera equipo británico alguno), había acabado con décadas de maldiciones colocando al Inter en la cima europea.
En el camino ya fue despedido del Chelsea, aunque en ese momento se atribuyó más a la ansiedad autoritaria de Roman Abramovich que a una constante que perseguiría por los siguientes años al estratega portugués: su incapacidad para envejecer en un banquillo, el inevitable desgaste de sus relaciones, la corta caducidad de sus proyectos.
En el Inter no hubo tiempo para choques, decidido Mou a cortar ese vínculo toda vez que conquistó Europa en 2010 y el Madrid le vio como remedio ante lo que el Barcelona hacía dirigido por Guardiola.
Difícil sospechar en aquel momento, que ese personaje para el que coleccionar Champions lucía tan sencillo, pasaría al menos ocho años sin lograrlo y siempre contando con algunos de los mejores planteles del planeta. Más difícil, todavía, predecir que a partir de entonces en todos los sitios atraería la tormenta (o sería la tormenta misma): de Madrid se fue en 2013, dejando tras de sí el peor clima que se recuerde en el Bernabéu; al Chelsea le dio otra liga en su regreso, sólo que dos años después fue destituido tras la jornada 6, profundamente enemistado con la plantilla; en el United hoy vive un caos: divorciado de la directiva tras inconformarse con los refuerzos que se le dieron (¡casi 500 millones de euros no le han bastado!), atribuyendo a sus jugadores la eliminación de copa ante el Derby County y en una aparente disputa con quien atraviese por su camino.
El Special One es hoy sólo especial en su capacidad para generar conflictos. Ávido de nuevas trincheras, poco remite al revolucionario que en los primeros dosmiles ofreció las pistas de cómo se debía dirigir su deporte.
¿La culpa? La culpa siempre será de alguien más, que coartadas le sobran.
Twitter/albertolati
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