Los jugadores todavía no habían brincado a la cancha para otro derbi del Ruhr y, a mi lado, un señor tan corpulento como bigotón asentía al consultar su medidor de decibeles: sí, otro récord. Los cantos en el entonces llamado WestfalenStadion de Dortmund (actual Signal Iduna Park), alcanzaban un nivel de estruendo como para confirmar el orgulloso apodo de Fußball-Oper o Casa de la ópera del futbol.
Así suele ser el futbol en la Bundesliga, aunque mucho más en ese extremo occidental del país, cerca de las fronteras con Holanda y Bélgica, región de tradición obrera (relacionadas las fábricas de acero con el Dortmund) y minera (el Schalke está tan apegado a los yacimientos de carbón, que los túneles de acceso a su césped eso recrean).
Recordé ese episodio que aconteció hacia fines de 2005, al desconocer ese mismo escenario durante veinte minutos ante el Núremberg: silencio total; la depresión de escuchar gritos de muchachos pidiendo el balón, el sonido hueco de impactos a la pelota, el colmo de la contradicción de un deporte que por naturaleza es con ruido y, ahí, en modo carnaval.
¿Qué sucedió? No sólo en el Signal Iduna, sino en más estadios de la Bundesliga: el hartazgo de aficionados que se sienten maltratados y desdeñados, utilizados ya ni siquiera como actores de reparto sino incluso como extras sustituibles y sacrificables.
De tanto buscar audiencias televisivas y consolidación en mercados ubicados a miles de kilómetros, de tanto suplicar el favor del consumidor en China y Estados Unidos, las autoridades del futbol alemán olvidaron que no hay espectáculo que vender sin esas caritas que gritan a metros de los jugadores semana con semana.
Partidos lunes por la noche, horarios no habituales, comercialización desenfrenada, prioridad de un ambiente corporativo en las gradas (ya no sólo un santuario de pasión, sino un sitio para cerrar negocios), incremento en los precios del boletaje (con lo que eso supone en las ciudades con mayor desempleo del país), todo eso ha llevado a esta crisis.
Cuando mejor trabaja el futbol germano en detección y consolidación de talentos, cuando sus equipos han evitado la tentación de convertir sus giras de pretemporada en actos publicitarios y dedicarlas a trabajo físico, cuando en la Bundesliga hemos querido ver una especie de conciencia detrás del futbol de primer mundo…, detectamos que su afición también ha llegado al límite. Una afición que, al sentirse acallada, se calló de verdad. Una afición que, despojada de voto y voz, quitó por unos minutos la voz al futbol.
Por si alguien de traje y corbata lo dudaba, tan medulares como los goles, son sus cantos.
Twitter/albertolati