Una muy particular forma de Ley de Murphy se esconde detrás de los sorteos del futbol: quienes es preferible que no se encuentren en la cancha, casi por inercia se suelen encontrar.

Pensemos en lo que supuso el duelo entre Serbia y Suiza del último Mundial, con las principales figuras suizas siendo albanokosovares y por ende enemistadas con esa nación balcánica. O el Estados Unidos-Irán de 1998, o el Croacia-Serbia eliminatorio justo al terminar su guerra, o el Argentina-Inglaterra de 1986, o, por ir más atrás en la historia, el URSS-Chile tras el golpe de Pinochet (los soviéticos no comparecieron al cotejo en Santiago) y los URSS-Yugoslavia (Olímpicos 52, final de la Eurocopa 60, Mundial 62) justo cuando los regímenes de Stalin y Tito rompieron, propiciando el primer cisma en la hermandad comunista.

Por todo ello, a la dirigencia del futbol no le ha quedado más remedio que poner candados que impiden a ciertos países jugar, dada su tensión política. Rumbo a la Euro 2020, ha sido el caso de Rusia y Ucrania, España y Gibraltar, Kosovo tanto con Serbia como con Bosnia, y el partido que abrió esta draconiana medida: Azerbaiyán-Armenia.

Hasta antes de la Eurocopa 2008, era común que el deporte se utilizara como ventana para acercar lo que de otra forma se mantiene distante, para cumplir con el rol del deshielo (“La diplomacia del tenis de mesa”, le llamaron en los años setenta China y Estados Unidos). Rumbo a esa Euro, sucedió que las selecciones azerbaiyana y armenia quedaron encuadradas en el mismo grupo, con la incapacidad de organizar cualquiera de esos juegos. Siendo imposible hallar espacio para armonía, buena voluntad o, siquiera, mínimas garantías de seguridad, se cancelaron: ni Armenia fue a Azerbaiyán ni viceversa.

Vale la pena recordar que, desde la disolución de la URSS, estos gobiernos disputan su región fronteriza, Nagorno Karabaj. Formalmente, su guerra concluyó en 1994, aunque la rispidez no ha terminado ni luce cerca de concluir.

Un año atrás emergió en la Champions League el club azerbaiyano FK Qarabag, representando a la desaparecida ciudad de Ágdam. Símbolo de los miles de refugiados que emigraron desde Nagorno Karabaj a la capital Bakú, el Qarabag no tardó en dar también la mano a cuantas personas han tenido que dejar su tierra por motivos bélicos y persecución.

Ahora el Qarabag actúa en la Europa League y, al no haber ningún cuadro armenio en el certamen, la citada Ley de Murphy futbolera se las ingenió: al único jugador armenio de élite, Henrikh Mkhitaryan, en el Arsenal, le tocó ir a Azerbaiyán.

El resultado ha sido idéntico al de los candados impuestos en el sorteo: Mkhitaryan se quedó en Londres y no enfrentará a ese club que lleva el nombre de una ciudad diluida tras un choque con su patria.

Complejo, pero inevitable. No busquen tantos milagros en la cancha.

Twitter/albertolati

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