Norma Enriqueta Basilio Soto dio inicio a la era moderna en los Juegos Olímpicos de 1968 que se llevaron acabo en México.
Entre los primeros Juegos Olímpicos modernos, los de Atenas 1896, y los de Tokio 1964 portar la antorcha y encender la llama para inaugurar el certamen había sido un honor exclusivamente de los hombres. Además, todas las ediciones se habían hecho en Europa, Japón o Estados Unidos.
Por lo tanto, al ser México el primer país sede en un lugar diferente a los anteriores, el Comité Organizador de las justas decidió también que por primera vez en la historia fuera una mujer quien prendiera el fuego olímpico.
Lo que no sabían era a cuál darle semejante privilegio y responsabilidad. Pensaron en María Félix, la diva del momento, y en Amalia Hernández, fundadora del Ballet Folclórico de Bellas Artes, entre las principales candidatas.
El arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, organizador de aquellos Juegos, no dudaba de que la elegida debía ser de piel morena y con porte, para mostrarle al mundo la belleza de la mujer mexicana.
Sin embargo, dar la vuelta olímpica corriendo con una antorcha de casi dos kilos de peso y subir con ella en la mano 93 escalones no era un asunto propio de una estrella del cine o el baile.
A Queta la citaron en el estadio y allí le dijeron que se quedara en ropa de atletismo, tomara una estafeta en su mano derecha y corriera en la pista como si llevara una antorcha. Fue en ese instante cuando Hay, Ramírez y los demás miembros del COM presentes quedaron asombrados con “Queta”.
De 1.76 metros de estatura, 59 kilos de peso, piernas largas y piel morena, Enriqueta Basilio no dejó ninguna duda. No había que buscar a nadie más, ella era la elegida.
Con 20 años recién cumplidos, “Queta” era la campeona nacional de 80 metros vallas y también corría los 400 metros planos. Oriunda de Mexicali, una zona desértica de la Baja California en la frontera con Estados Unidos, solamente había participado en dos torneos internacionales: los Juegos Panamericanos de Winnipeg en 1967 y una competencia en Cuba meses antes de la olimpíada.
“Nunca me dijeron nada directamente. Me preguntaron qué pensaba de portar el fuego, yo les dije que, como siempre habían sido hombres, había muy buenos para hacerlo, como Felipe Muñoz (luego el primer y único mexicano en ganar una medalla de oro en natación). Fue en una conferencia de prensa posterior que dieron el aviso de que era yo”, recordó “Queta”.
Sin embargo, su designación generó polémica en México porque se trataba de una mujer, además con poca experiencia internacional y oriunda de una población distante de la capital del país.
Solamente hubo dos ensayos antes de la ceremonia inaugural y en el primero de ellos Enriqueta se quemó la mano derecha por el calor de la antorcha. Aún hoy, en la piel, tiene el recuerdo físico de ese episodio. “Entrené dos veces la ruta y las escaleras fueron hechas a mi paso”, afirmó.
Al atardecer del 12 de octubre de 1968, Enriqueta Basilio se convirtió en la primera mujer de la historia olímpica en portar la antorcha, pero minutos antes hizo el último de los 2.778 relevos que la llevó, tras un recorrido que comenzó en Atenas y siguió la ruta del primer viaje a América de Cristóbal Colón, desde la ciudad italiana de Génova hasta San Salvador.
El Comité Olímpico Internacional (COI) había decidido que la antorcha hiciera este recorrido, que fue de 13.620 kilómetros, dado que México sería el primer país latinoamericano en celebrar los Juegos.
Asimismo, a diferencia de las ediciones anteriores, en las que los organizadores debían proveer todos los relevistas, esta fue la primera vez que se permitió a las naciones ubicadas a lo largo de la ruta seleccionar a sus propios representantes.
Aquella tarde, “Queta” apareció en el túnel olímpico y tomó la pista hacia el lado izquierdo porque le cambiaron la dirección. Vestía totalmente de blanco, pero con uniforme improvisado porque el Comité Organizador olvidó darle uno.
“Los tenis que usé ese día eran de la secundaria, cuando jugaba baloncesto. La pantaloneta era de entrenamiento y la blusa la usé en los Juegos Panamericanos de Winnipeg. Nadie me dijo qué usar, por lo que decidí ir toda de blanco”, dijo en su momento.
Un militar uniformado de atleta fue quien le entregó la antorcha a Enriqueta Basilio. Ella comenzó a correr y al llegar a la curva de los 200 metros muchos deportistas que habían desfilado y estaban dentro del óvalo rompieron filas para tomarle fotos. “Sin querer me cerraron el paso y yo no sabía por dónde seguir corriendo”.
Ese día en el estadio de la Ciudad Universitaria de México había 80 mil espectadores, 7 mil 226 deportistas y 119 banderas de los países participantes. También estaban el presidente del país, Gustavo Díaz Ordaz, y el arquitecto Ramírez Vázquez.
“El ruido era infernal, pero apenas pisé el primero de los 93 escalones rumbo al pebetero dejé de escuchar los gritos, dejé de ver a la gente”, contó emocionada “Queta”.
Al llegar al pebetero se volteó hacia el estadio, levantó la antorcha y encendió el fuego. Los organizadores soltaron miles de palomas, el símbolo que México eligió para la cita. Entonces ella sonrió y se dijo: “Ya cumplimos las mujeres, porque estoy representando a las mujeres”.
“Queta” conserva el telegrama que el presidente Díaz Ordaz le envió a sus padres el 13 de octubre de 1968 y que dice lo siguiente:
“Fue para mí muy satisfactorio haber tenido honor propiciar, por primera vez en la historia, que correspondía a una mujer privilegio prender Fuego Olímpico al iniciarse Juegos de México, mayor todavía, que haya sido mujer mexicana. Felicito a ustedes y por su conducto a distinguida hija, por la gallardía con que desempeñó su misión, los saluda afectuosamente. Gustavo Díaz Ordaz“.
El 15 de octubre Enriqueta Basilio Sotelo corrió los 80 metros vallas. Quedó octava en su serie y fuera de la disputa de las medallas. La prueba la ganó la australiana Maureen Caird, de 17 años, que entonces igualó el récord mundial y mejoró la marca olímpica al totalizar un tiempo de 10 segundos y 3 centésimas.
“Lo más importante es que me convertí en la primera mujer en encender el pebetero, algo que solo ha repetido Cathy Freeman en los Juegos de Sídney 2000”, afirmó la hoy señora Basilio, la mamá de Mario, Enriqueta y Oliver, y la abuela de Constanza.
Desde hace dos décadas “Queta” lucha contra el Parkinson. Asegura que el deporte le ha permitido sobrellevar la enfermedad y que a los 70 años practica la natación todas las mañanas.
Enriqueta Basilio afirma que el 12 de octubre de 1968 no solo representó a las mujeres de México sino a las de todo el mundo. “Creo que no solamente encendí el pebetero olímpico. Encendí el corazón de las mujeres, la lucha por la justicia, por la equidad”, apostilló, antes de reiterar su pensamiento más grande: “Yo nací para el mundo el día que encendí la llama olímpica”.
DPC