He dicho antes y se ha dicho en mil lugares que la izquierda moderada, la izquierda de centro, la que tiene una agenda claramente democrática, de respeto a la diversidad, que apuesta al bienestar de las mayorías sin desconfianzas patológicas hacia el mercado, está en crisis.
Lo está en España, en gran medida por culpa de los propios socialistas; lo está en los Estados Unidos, donde los demócratas razonables no se reponen del nocaut de Trump y ceden terreno a una especie de proteccionismo de sindicato sesentero; y desde luego lo está en México, donde quedó fragmentada entre Morena, una sopa donde entran desde radicales de derecha hasta aplaudidores de Nicolás Maduro, y que incluye por supuesto los perredistas que optaron por no quedarse sin chamba ante la masacre de las elecciones, y el propio PRD, que no ceja en sus intentos de rematar lo que le queda en existencias.
Pienso en esto mientras descubro que, para la conmemoración del 68, el partido eligió como orador a Mauricio Toledo. Hasta hoy, ninguna de las acusaciones contra el ex delegado y flamante legislador ha prosperado en términos legales. Pero vaya que ha habido unas cuantas, de muy diversas procedencias. ¿Se acuerdan? Toledo fue denunciado por un diputado panista al que, según dijo, amenazó de muerte. También se dijo de él que mandó golpeadores contra vecinos de Culhuacán, que intentó extorsionar por un millón de pesos al dueño de una gasolinera
y por supuesto se le acusó de orquestar el ataque a sillazos contra militantes de Morena cuando la campaña. Se preguntaba Juan Villoro, con esa ironía suya, cuántos diputados necesita Morena para no encargar a Sergio Mayer de Cultura.
Es cierto que el PRD está en los huesos, luego de que lo fagocitara Ricardo Anaya, al tiempo que fagocitaba al PAN, pero ¿en serio no había una apuesta mejor, una cara más amable, como para recuperar un poquito de credibilidad? ¿Y la imagen, apás? Ese acto, el de poner –o dejar que se pusiera– a Toledo en el podio para que hablara, nada menos, de lo despreciable que es el porrismo, sintetiza la decadencia de nuestra izquierda moderada, esa que luego de su último periodo a cargo de la capital dejó que se multiplicaran los asaltos, las extorsiones a negocios por el crimen organizado que no existe y los homicidos. Pero de todo puede obtenerse un beneficio. Un libro, por ejemplo: Manual para destruir a la izquierda.