Cuando más globales nos suponíamos, hemos vuelto a la era de las regiones: un sábado de doble confrontación entre equipos capitalinos y regiomontanos, ha dado pie lo mismo a encabezados que quieren resaltar la superioridad de los clubes chilangos (Reforma, “Somos amos”; Récord, “Acá está papá”), que a aficionados que así pretenden decretar el fin de la hegemonía desde Monterrey.
Podría pensarse que el origen de esto es el gran (y, a menudo, también exitoso) desembolso de los proyectos de la Sultana, combinado con cuatro grandes que muy excepcionalmente se comportan como tales –¿qué sería comportarse como grandes? No sólo vender más uniformes, disponer de mayores audiencias televisivas y llenar más estadios al ir de visita, sino aspirar a todos los títulos y ganar parte importante de ellos.
Sin embargo, el verdadero tema de fondo es cierto rencor que trasciende lo meramente deportivo. El hartazgo, a todas luces justificado, de la población del interior ante el centralismo con que opera este país (político, social, cultural, mediático). El sentirse desconsiderados y desplazados, máxime cuando el regiomontano promedio sabe lo que genera y soporta de las finanzas de la nación.
Mientras que Tigres y Monterrey se conformaron con un rol de animadores, no pasó gran cosa. Los felinos ganaron un par de títulos a fines de los setenta y principios de los ochenta, los rayados alzaron una corona en 1986, aunque de ninguna forma supusieron una amenaza al América dueño de los ochenta, al Cruz Azul rey de los setenta, al Guadalajara campeonísimo en los sesenta, al Pumas que con tan joven historia se metió de lleno a la élite de nuestro balón.
Todo cambió cuando dos grupos empresariales tan sólidos como ambiciosos respaldaron a esas instituciones. Los mejores sueldos y los mayores traspasos comenzaron a suscitarse en el norte, con lo que los títulos no tardaron en irse en esa dirección, ante una muy escasa capacidad de reacción desde los cuatro teóricos gigantes.
Sin embargo, por paradójico y mediocre que suene, aquí no se considera grande el que más gana, sino al que más vende; que los trofeos son eso que se distribuye por el interior de la república, mientras que los grandes pierden el tiempo reivindicando su tamaño.
Han pasado casi cien años de que los clubes tapatíos formaron la selección de Jalisco con la que destrozaron a los chilangos América, Asturias, Necaxa, Marte (éste último, de origen vinculado a las fuerzas armadas, luego se mudaría a Morelos). De ahí nació, a su manera, el Guadalajara-América, ya con nociones del centralismo capitalismo y el fastidio provinciano. A eso hemos vuelto en esta especie de Nuevo León vs Ciudad de México.
No importa cuánto se detesten Monterrey y Tigres, no importa lo que divida a América y Cruz Azul: en el fondo, van adquiriendo mayores fobias y paranoias, casi hermanados en contra los de la otra ciudad.
Sí, cuando más globales nos creíamos, volvemos a dividirnos en lo regional.
Twitter/albertolati
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