Pilar es rubia, espigada. Se trata de una belleza nórdica aunque es española, mucho.
Desconozco su edad, pero se trata de una edad que nace a raíz de la memoria serena de la experiencia acumulada desde la tranquilidad que le otorgan los años.
Acabo de coincidir con ella en el gimnasio. Viene de nadar; yo, de hacer spinning. Está empapada de agua; yo, de sudor. Le veo una cara relajada, con unos ojos de satisfacción después de que le latiera el corazón a muchas revoluciones por minuto.
Joaquín, su marido, me la presenta y le cuenta que soy un periodista hispano-mexicano.
-¡México, qué país, qué recuerdos!
Pilar Von Carstenn fue nadadora olímpica. Participó en México en 1968. Batió varias veces el récord de España y llegó a las semifinales.
-No puede hacerse una idea cómo nos trataron en México. Aquella Olimpiada fue especial – me dice categórica.
Con un café en la mano, después de ducharnos y vestirnos, Pilar me cuenta en la cafetería que esas Olimpiadas pusieron a México en el mapa internacional; que conoció los platillos mexicanos, y su gente, y sus costumbres y también los mariachis, y el tequila, y las danzas, y el danzón y los paisajes.
Esta mujer rubia de sangre teutona, pero muy española, me dice que se hubiera quedado a vivir en México. A Pilar no le falta razón. México supo aprovechar un momento único. Lo hizo, y lo hizo bien a pesar de las críticas que, gracias a los maledicentes, no faltaron.
Decían los “expertos” que la altura acabaría con los atletas, que no podrían romper récords por los dos mil 300 metros de altitud que para ellos serían insalvables.
Pero a la maledicencia se le aplaca caminando, demostrando la gallardía, sacando pecho.
Batieron marcas, muchas marcas, tanto que esas Olimpiadas fueron conocidas como las Olimpiadas de los Récords.
Pero México tenía una responsabilidad que aparecía como una lápida. Era la primera ciudad de Latinoamérica donde se celebraban Olimpiadas. Cuando terminaron, todos, todos felicitaron a ese México nuevo, ese México del progreso y la prosperidad.
Había que posicionar al gran país azteca. Por eso se crearon también unas Olimpiadas culturales con la asistencia de 97 países.
Y esa cultura se despertó, y salió a la calle y, por lo tanto, al mundo exterior a través de las señales que proporcionaba Televisa. Se trataba de México en el mundo hacia un planeta que desconocía qué es lo que ocurría más allá de las fronteras de cada país.
Aquellas Olimpiadas fueron los cimientos del México actual. Nuestra nación despertó en ese momento y llegó hasta hoy con muchos más claros que oscuros, con una perspectiva global que llega a la actualidad.
Fue un acto heroico de la ciudadanía mexicana. Fueron los mexicanos los que colocaron a México como una nación de referencia.
Por eso Pilar hablaba con nostalgia de su experiencia mexicana. No me extraña; a mí me pasa lo mismo.